África hay que vivirla, sentirla y llorarla
No tengo muy claro lo que puede salir de esta crónica, pero allá vamos. Es complicado explicar Rumbo al Sur para alguien que no ha tenido el privilegio de levantarse a las 6 de la mañana al grito de “buenos días” de Pablo Martos. Sí, aunque parezca mentira, al volver a la rutina de Madrid, no es exagerado considerarlo así. El privilegio de poder escuchar las historias y batallas de la familia Aldaz, nómadas desde la cuna prácticamente. O simplemente, el privilegio de poder escribir estas líneas sentado en medio del segundo mayor campamento de refugiados del mundo, mientras las estrellas vigilan que no me salte ninguna tilde.
Por ello, si no soy capaz de transmitirlo, pido perdón. Porque este viaje no es un viaje al uso, al igual que tampoco es una aventura. Es una forma de descubrirnos a nosotros mismos, a través de las sonrisas de la gente que vive en este asentamiento, donde aproximadamente residen unos más de 30.000 refugiados de un país en el que se lucha una guerra que nunca fue para ellos.
Muchos aún no tienen claras las razones por las que se han visto obligados a salir de sus hogares, corriendo y con lo puesto, para sobrevivir otra vida donde se les da lo justo y necesario, cuando se puede.
Y, sin embargo, sonríen. Sonríen llenos de vida y de una esperanza que a cualquiera de nosotros se nos hubiese acabado unas cuantas desgracias atrás, viviendo conscientes de su pasado e ignorando su futuro más allá del inmediato. La preocupación sólo alcanza al presente: si mañana habrá para que coman los niños, si el segundo hijo tendrá un simple resfriado o malaria, algo que, por cierto, no podrán saber hasta que empiece la semana, ya que el hospital cierra sus puertas el domingo.
Todos y cada uno de nosotros arrastramos una carga psicológica que se refleja en sus ojos, en su desconfianza, en las miradas de los niños que aquí no corretean. Tan solo te vigilan temerosos en muchas ocasiones, a sabiendas de que aquello que no conocen no siempre es bueno.
España Rumbo al Sur es una forma de vida. Es tener conciencia de que somos únicos, por muy altiva que suene la expresión. Pero es así. No todo el mundo puede (o quiere) sonreír tras horas de marcha, de autobús, de hambre, sueño y sed. Sólo por ser capaces de respirar el aire mezclado con polvo de carreteras inhóspitas donde la gente corre al lado del bus, quizá el primero que ven en mucho tiempo.
España Rumbo al Sur es saber disfrutar de la unicidad de cada momento, de cada amanecer en el río Nilo, tras haber dormido al lado de hipopótamos o troncos. Porque en la oscuridad todos los gatos son pardos, pero nuestra capacidad de soñar los transforma a voluntad.
España Rumbo al Sur es despertarnos porque la lluvia cae con furia sobre nuestras mosquiteras, sólo para moverlas a un sitio donde nos dé apenas de refilón y dormir con el sonido de la naturaleza cayendo sobre nosotros. Es despertarnos al lado de aquellos que comparten nuestra locura y saber que no hay ningún otro sitio en el mundo donde querríamos estar, sólo aquí, llenos de suciedad y con el bagaje de las horas de sueño acumuladas. Siempre preparados para hacer la mochila y descubrir un nuevo sitio con el que soñar y al que añorar tanto que nos duelan las entrañas cuando regresemos a nuestras vidas cotidianas.
Regresaremos con la esperanza de que el año pase rápido, de volver a reencontrarnos con este continente y con nosotros mismos. 10 años han pasado desde que recorrí el África negra, 10 años en los que cada vez que veía un amanecer sentía que le faltaba magia, le faltaban colores en esa paleta que aquí explota cada vez que el cielo decide vestirse de sus mejores galas.
Podría contaros historias de jirafas que andan con elegancia delante de nuestro bus, ignorantes de nuestras miradas embelesadas. Es enorme la sensación de satisfacción y paz que se adquiere cuando eres consciente de que la vida no deja de ser una marcha más con las mochilas cargando, donde sólo importa el siguiente paso y donde rendirse no es una opción, al menos no para nosotros.
Podría contaros historias que estremecen el alma. La historia de los 30.000 refugiados que nos rodean en un radio de unos cuantos kilómetros. Pero sería inútil porque ni nosotros somos conscientes de lo que cambiarán nuestras vidas, una vez que volvamos a nuestra zona de confort, a nuestras comodidades.
La ducha diaria y el Smartphone nos esclavizan. Pero quizá hayamos conseguido que alguno de los expedicionarios que hoy sufre todas y cada una de las penurias que conlleva este viaje se estremezca cada vez que cierre los ojos y recuerde esta experiencia.
Espero que tengáis el tiempo -y el interés- de sentaros a hablar con ellos, de poder haberlos conocido antes y después de este viaje, para poder ser capaces de percibir ese cambio en su mirada, ampliada de una manera en la que todavía no son conscientes.
Pero lo serán, porque todos aquéllos que estamos aquí a su lado somos unos locos que hemos vuelto, y que no nos planteamos una vida sin ¿volver a volver?
Porque África hay que vivirla, sentirla y llorarla. Y porque nosotros somos España Rumbo al Sur y no sabemos vivir sin ella. Ni sabemos, ni queremos.
Omar Arabi Fernández es enfermero de la expedición
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Construir un mundo mejor
A tan solo tres días de finalizar nuestra aventura por Uganda, las sensaciones y vivencias se acumulan sin tiempo a digerirlas. ¡Cuánto hemos vivido, cuánto hemos experimentado! No me puedo creer que tan solo hayan sido quince días.
Pensar que lo máximo que hemos dormido cada noche han sido cinco horas y que aun así hemos aguantado, me hace replantearme mi rutina en Madrid. Pero ya no solo las horas de sueño, ahora mismo me lo replanteo absolutamente todo.
Este viaje me ha ayudado a devolverme la ilusión por lo que estudio, relaciones internacionales y traducción e interpretación. He tenido la oportunidad de sumergirme en diferentes proyectos de cooperación, experimentar de primera mano las necesidades de los ugandeses y poner en práctica mis conocimientos tanto de traducción como de interpretación.
Por primera vez en los tres años que llevo estudiando este doble grado he visto la utilidad de todo lo aprendido; por primera vez he visto reflejado mis esfuerzos y todo esto me ha ayudado encauzar mi ilusión a construir un mundo mejor.
Carolina Rengifo es monitora de campamento
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Una aventura que cala
Despertarse a las orillas del Nilo es algo que no se hace todos los días como tampoco traspasar el lago Albert desde Wanseko camino a Panyimuru. Éstas son, entre otras, las aventuras que se viven en Uganda con España Rumbo al Sur.
El campamento se pone en marcha según sale el sol. Podemos disfrutar de uno de los amaneceres más espectaculares de todo el viaje. Una vez listos, partimos hacia el puerto donde compartimos las raciones militares a modo de desayuno, en lo que esperamos la llegada del ferry. Tras el agradable trayecto en barco, una vez en tierra, ponemos rumbo a la reserva natural de Murchison Falls. Ya desde el autocar vemos diferentes animales, entre ellos algunos que tanto habíamos esperado a conocer como los hipopótamos y los elefantes.
En la reserva natural, a pesar de no haber comido, disfrutamos explorando y descubriendo la más salvaje fauna y vegetación de Uganda. A la vuelta del safari, según cayó la noche, contemplamos el cielo estrellado en busca del eclipse lunar: otra de las grandes y únicas oportunidades que se nos han brindado inesperadamente durante el viaje.
En definitiva, un día largo e intenso que, más allá de la falta de comida y agua, me hace entender en profundidad la rica cultura ugandesa y reflexionar sobre la gran suerte que tengo como joven madrileña de poder vivir una experiencia tan especial que no solo cala tu lado más aventurero, sino también humano.
Paz García Belloso, Expedicionaria