14º día Crónica expedicionarios

La tristeza de los niños refugiados

Hoy domingo 29 de julio nos levantamos a las 6.30 de la mañana, un poco antes de lo normal para asistir a misa en uno de los campos de refugiados más grandes del mundo, Saint Joseph Camp of Refugies. Llegamos justo antes la noche anterior y fuimos recibidos con los brazos abiertos por el padre Arasu, que nos ofreció alojamiento.

Nos subimos al bus y fuimos a la misa con los refugiados después de desayunar. Cuando llegamos, todo parecía ser igual que en los anteriores centros, con muchos niños y gente corriendo detrás del autobús, pero la cosa cambió cuando pisamos el terreno.

Es verdad que muchos niños seguían sonriendo y siendo igual de simpáticos, pero la gran mayoría de ellos actuaba muy diferente. Cuando saludábamos a los niños no actuaban como esperábamos y no hacían lo que estábamos acostumbrados a ver. En los otros centros de Uganda te saludaban, te daban la mano, te seguían e incluso, algunos se abrazaban a ti. En cambio, éstos nos veían como algo peligroso, posiblemente, debido a algún momento vivido en Sudán del sur, país en conflicto armado. Se daban la vuelta y se alejaban de ti, porque no se fiaban de nosotros.

Sin embargo los adultos si se ofrecían a hablar contigo y contarte cosas sobre sus vidas, generalmente momentos desagradables. Algunos contaban que habían perdido a su padre, su madre, hermanos o algún amigo. Y una de las cosas más tristes es que esto lo ven normal y están acostumbrados a la pérdida de los que quieren. Una vez hablamos con los adultos y jugamos con los niños que se acercaban, volvimos a nuestro alojamiento, comimos y nos preparamos para jugar un partido de fútbol de nuevo con los refugiados. Lo pasamos muy bien todos juntos y conseguimos interactuar un poco más con los niños.

Hoy me he dado cuenta de que las actuaciones de las personas se ven muy influenciadas por algunas experiencias que han vivido ya sea para bien o para mal.

Marcos Buzón Aramburu

Qué hace único a España Rumbo al Sur

Rumbo al Sur se siente en estos momentos, más que nunca, como un fuego que arde dentro de nosotros despertando numerosos sentimientos. La edición 2018 comienza a oler a retirada. Una edición muy enriquecedora desde mi punto de vista en la que destacan tres grandes aspectos.

Humanitario. Las gentes de Uganda, con sus inmensas sonrisas, con su alegría y sus ansias de tocar; el ejemplo de las personas que entregan sus vidas al servicio de los demás; la dureza de la situación del campo de refugiados. Todo me lleva a una potente reflexión: no valoramos la suerte que tenemos. Un sentimiento compartido comentado recurrentemente: “¿Qué hemos hecho para nacer donde hemos nacido y ser quienes somos? Nada”. Eso lo resume todo.

Riqueza natural. Para mí la parte más atractiva del viaje es la riqueza natural que hemos contemplado. Paisajes, puestas de sol impresionantes, animales grandiosos vistos muy de cerca, cataratas, selva y mil entornos indescriptibles que llegaron a su cumbre la noche que dormimos a orillas del Nilo, con luna completa, escuchando hipopótamos y todo tipo de animales salvajes. También pudimos disfrutar del eclipse lunar de sangre en su máxima expresión. Como siempre, disfrutar de Uganda caminando, compartiendo la experiencia con expedicionarios y miembros de la organización, nos brinda momentos muy intensos y apasionantes.

Convivencia: Sin duda, las lecciones aprendidas y los grandes momentos vividos en ciudades muy distintas a las que estamos acostumbrados o en medio de maravillosos paisajes no serían nada sin la más importante de las experiencias que aporta Rumbo al Sur: el trato personal y la convivencia con las personas que conforman la expedición. Juntos atravesamos momentos difíciles que afectan al estado de ánimo, como la falta de comida y sueño, el esfuerzo físico y mental, la toma de decisiones ante contratiempos o la resolución de conflictos…  España Rumbo al Sur ya no es un grupo de personas que aleatoriamente coinciden; es una familia en la que cada uno de sus miembros es muy distinto y todos suman, transforman y dejan algo en los demás.

En mi opinión el éxito que experimenta ERS edición tras edición se debe exclusivamente a la excelencia de los miembros que la componen, comenzando como mayor expresión de esa excelencia por Isa, la verdadera alma de esta vivencia tan grande. Por supuesto, detrás van Telmo, Mar, Pablo, Cuesta, Creever y todos, uno a uno, sumando y consiguiendo que ERS sea única pise las tierras que pise.

Borja Chávarri es monitor de campamento.

15º día Crónicas expedicionarios

África engancha, enamora y cambia a las personas

Toda gran aventura comienza con un punto de locura, pero cuando te enteras de que tienes la posibilidad de viajar 15 días a África te echas un poco para atrás. Aun así decidí seguir adelante y poner rumbo a Uganda.

Cuando comenzó el proyecto allá por mediados de febrero, la expedición quedaba muy lejos y, a lo largo del camino, me planteé varias veces tirar la toalla y abandonar el proyecto, pero había algo en mí que me decía que iba a merecer la pena. Y aquí estamos, a 30 de julio, recorriendo las carreteras de Uganda, a un día de acabar este maravilloso viaje.

Un viaje tan maravilloso y alucinante como duro. Ha habido momentos muy duros, días en los que comes muy poco, duermes menos y pasas frío. Pero, personalmente, el momento más duro ha sido la estancia en el campo de refugiados de Uganda que acoge a desplazados de Sudán del Sur, donde tan bien nos acogieron. Me rompía el corazón escuchar las terribles historias de estas personas, contadas con miedo, temor y lágrimas.

Este viaje ha marcado un antes y en un después en mi vida. Y no podría decir qué me ha marcado más: desde la alegría de los niños, su amabilidad e interés hasta los momentos más duros han provocado en mí un revoltijo de sentimientos. Todo me ha aportado algo nuevo y me ha hecho conocerme un poco más, conocer sentimientos de los que ni siquiera era consciente.

Las cosas difíciles que haces en la vida salen porque te empeñas en creer que eres capaz de hacerlas. Siempre fui negada para el inglés, además de tremendamente tímida. Pero aquí en Uganda me he animado a lanzarme a hablar y he tenido la oportunidad de compartir momentos con la gente maravillosa de aquí.

En estos 15 días me he dado cuenta de lo diferente que es la vida en Uganda y España. Es alucinante cómo los niños que menos tienen son los que más comparten o cómo ayudan a llenar garrafas de agua del pozo… Y, cuando te cansas de hacerlo tú mismo, corren a ayudarte. Es alucinante la ilusión de todos los estudiantes por ir al colegio, aprender y conocer nuevas cosas. Son momentos difíciles cuando un niño de apenas 15 años lamenta que no podrá estudiar lo que le gusta porque en su país no puede prepararse correctamente y que tampoco puede viajar a otros países porque no tiene dinero.

Antes de realizar este viaje, una persona me dijo: “Ten cuidado porque África engancha”. En esos momentos yo pensé que era una tontería, que era imposible que un país tan diferente al mío en todos los aspectos pudiese engancharme. Pero han bastado 15 días para darme cuenta de que con el paso de los días la hospitalidad de los locales me hacía olvidar que estaba a 8.000 kilómetros de casa, de la zona de confort, de los seres queridos, de todo aquello a lo que estoy acostumbrada.

Tras dos semanas en África tengo que admitir que la persona que me advirtió de que África engancha tenía razón. Así que, mamá, papá y hermano, os echo de menos y en breve os voy a volver a ver, pero desde ya os digo que me he enamorado de este continente y volveré de nuevo cuando sea posible. Sabéis que soy de ideas claras, así que, por el momento, el año que viene me tendréis de nuevo en este maravilloso lugar.

Sé que después de esto me vais a decir que se me ha ido la cabeza, que he perdido algún tornillo en este viaje, pero no es así. Este país al que temíais que viniese me ha cambiado y a España llega una Carmen diferente con otra manera de ver el mundo, pero, sobre todo, vuelve una persona más feliz.

El viaje ha durado 15 días pero la experiencia va a ser eterna.

Carmen Morales

Uganda acoge el primer partido entre España y refugiados de Sudán del sur

Ayer jugamos un partido de fútbol con los niños de Sudán del Sur establecidos en el campo de refugiados de Palabek, en Uganda. Cuando bajamos del autobús no vino a saludarnos tanta gente como suele ser habitual aquí. Los locales se juntaban en grupos y los niños, en lugar de darte la mano, se escondían detrás de sus hermanos mayores. Son las secuelas del miedo, tras haber huido de un país en guerra.

Nos sentamos en un lateral del campo para ver el partido en el que se enfrentaban los expedicionarios españoles y los jóvenes de Sudán. No había ni un solo hueco entre el público y, a pesar de que los niños eran a veces un poco tímidos, pronto todos comenzamos a animar y gritar a nuestros respectivos equipos.

Aun así, los niños se mostraban reservados y desconfiados. Su comportamiento, nos contaron los sacerdotes de Don Bosco que están a cargo de parte del asentamiento, se explica porque muchos están marcados por lo que han visto y vivido en Sudán del Sur.

Algunos se escondían, esquivaban la mirada e, incluso, los más pequeños, se echaban a llorar por miedo. Nunca habían visto a un blanco.

Por la noche, hicimos una hoguera alrededor de la que realizamos diferentes actividades con los muchachos de nuestra edad. Hubo un intercambio de canciones y bailes populares de nuestros países. Los suyos, por cierto, bastante más animados y complejos que los nuestros.

El tiempo que pasamos en Palabek me mostró cómo estas personas lo han perdido todo: su hogar, familia, amigos, seguridad y parte de su futuro. Eso es una cicatriz que queda para siempre. Sin embargo, son personas maravillosas y acogedoras y te demuestran que en cuanto les das un poco de cariño y tiempo para escuchar sus historias superan la barrera que han levantado para protegerse de los fantasmas de su pasado.

Ángela Vicente

Palabek nos abre los ojos: qué afortunados somos

El día de hoy está lleno de descubrimientos, reflexiones y lecciones. Para empezar ha caído el diluvio universal antes de asistir a la misa que estaba programada. Hemos ido descalzos para tener calzado seco. Esto nos hace darnos cuenta de lo difícil que es la vida en esas condiciones, ya que los ríos de barro se forman diariamente durante la temporada de lluvias en Uganda y se cuelan por las chabolas de adobe del asentamiento de Palabek (Uganda), administrado por ACNUR.

El padre David, originario de EEUU, ha sido el encargado de celebrar la eucaristía. Llegó a África en 1969 y he detectado que su expresión es melancólica, ligeramente confusa, pero alegre al mismo tiempo por recibirnos.

La eucaristía, traducida simultáneamente en varios idiomas, transcurrió entre gritos, bailes y tambores. La homilía explicó el evangelio con la metáfora de los panes y los peces. Durante el tiempo que hemos tenido para relacionarnos con los feligreses locales, una voluntaria ugandesa nos ha contado la situación que viven los refugiados. Su historia sobre cómo tuvieron que dejar todo y huir es estremecedora.

El 56% de la población de Palabek son mujeres y niños. Hay más de 30.000 niños menores de 12 años. La mayoría ha perdido familiares y muchos padres se quedaron atrás por diferentes motivos. Algunos no llegaron a la frontera; otros se quedaron para combatir.

La guerra que transcurre en Sudán es tribal y, por tanto, no cesará hasta que no les salga del corazón. Esto obliga a todos los refugiados a huir corriendo y reconstruir sus vidas desde cero, separados de sus familias. Debemos luchar por construir una paz duradera de modo que todos estos niños tengan acceso a un hogar estable y a la educación, porque “Education is self liberation”.

La labor de los salesianos en este lugar es realmente admirable. Conviven con los que perdieron la esperanza; les apoyan y ayudan a reconstruir sus vidas en su nueva realidad.

Los salesianos estaban entusiasmados con nuestra visita y organizaron un partido de fútbol entre los expedicionarios y los jóvenes de allí. El padre Arrasu, de origen indio, les dijo a los chicos que éramos de la selección española, de ahí sus rostros de sorpresa y estupefacción.

Los contrincantes eran, en general, más altos, rápidos y contaban con muchos más seguidores. Pero lo que más les diferencia de nosotros es su pasión y ganas de disfrutar, de olvidarse de sus problemas.

Al atardecer el sacerdote organizó una hoguera para pasar un buen rato y  facilitar que interactuásemos unos y otros jóvenes.

Por último, presentamos los proyectos de emprendimiento. Varios trataron el tema de la educación sexual y la higiene. Uno de los trabajos pretendía crear una aplicación que coordinase a todas las ONG para que trabajasen más unidas optimizando su esfuerzo y recursos.

Otro grupo diseñó Coopebike, un proyecto que consiste en reunir  bicicletas y distribuirlas a los niños para facilitarles el acceso a la escuela.

Pero el proyecto ganador era, sin duda, el que se lo merecía. La campaña consistía en desmitificar la imagen que tienen los africanos de Europa con el objetivo de rebajar las tasas de emigración. De esta manera buscarán nuevas alternativas de vida antes de tirarse al mar en una patera.

El día, en su conjunto, nos ha hecho redescubrir lo afortunados que somos por haber nacido en España y por tener todas las necesidades cubiertas. Nos queda mucho que aprender. Nos hemos concienciado de lo que realmente está ocurriendo en el mundo y lo poco que se muestra en los medios de comunicación. Los refugiados de Palabek se sienten olvidados y esa realidad debería cambiar.

Isabel Pardo de Santayana

13º Día. Crónicas Expedicionarios

Los vientos del Sur en Palabek

La sangre a veces no es sangre, según el color de la piel que la cubre.

Las lágrimas no son lágrimas, según el color de la piel que las sostiene.

Hoy los niños no son niños,

No tienen casa ni padres.

Hoy los niños no son nadie,

Hoy los niños son del aire.

Ismael Lancho

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Es el viaje el que hace al viajero

Es increíble cómo esta gente consigue encontrar un propósito vital pese a sus circunstancias; cómo sonríen con sus dientes blancos como leche. Aquí, en Uganda, la gente cree. La gente cree en Dios, la gente cree en la bondad humana, en la reconciliación, en la paz. Y estas creencias hacen que lo tengan todo, por eso no necesitan nada.

Algunos europeos vienen a África sin conocerla, sin intentar comprenderla y, otros, aún peor, queriendo dominarla. Pero los que venimos a África con la intención -aunque a veces suceda involuntariamente- de que ésta nos cambie, los que abrimos el alma para desnudarla de prejuicios y de concepciones preconcebidas, éstos somos los que la pisamos de verdad.

Y esta África tan real, esta África tan hospitalaria, no es comparable a nada de este mundo. África es una madre, una profesora que, como dijo Cuesta: «no nos enseña, sino que nos recuerda aquello que a veces se nos olvida».

El sol de África es más cálido, la luna más templada. El cielo nocturno es más generoso, grandioso e invita a creer en un reino celestial sin necesidad de levantarse del suelo verde, donde el rocío tiene pensión completa.

Uganda es acogedora, como su gente. Venir aquí y dejarme visitar por ella ha sido una operación quirúrgica sin bisturí. Ahora lo veo todo más claro y menos mío, veo un «todo» diferente al de antes, más inclusivo. Veo que, en estos 18 años, no he sabido apreciar detalles de los que hasta me he llegado a quejar.

África ha dejado en mí una semilla de agradecimiento que germina desde el estómago hasta los pies, que quieren correr a todos lados y hacerse fuertes para sentirme más viva: gracias a la vida y perdón por no siempre haber querido ver todas tus caras.

De los pies hasta el pecho, donde el corazón me late con más fuerza porque por fin ama: gracias a todos los que me han hecho sentir querida y perdón si no os lo he demostrado lo suficiente.

Del corazón a los ojos, que ven los colores más nítidos y las estrellas más brillantes: gracias al mundo por ser tan bello y perdón por no haber visto tu belleza incondicional mucho antes.

De los ojos al cerebro, que ahora entiende que una pregunta tienen muchas respuestas, que todo es válido si se hace con ganas y con pasión, y que la empatía es un gran tesoro, mayor incluso que el agua o un simple almuerzo. Que conocer a gente maravillosa no depende del resto, sino de nuestra propia disposición. Porque en todos los sitios hay personas maravillosas que esperan ser encontradas y que son capaces de aportarnos aquello que, sin saberlo, siempre nos ha hecho falta.

Gracias a mí misma por haberme permitido vivir la intensidad de esta expedición, por haber superado el nivel de superficialidad donde la mayoría residimos debido a su comodidad, y por pensar. Por decir lo que pienso y por escuchar, esto ante todo: escuchar y observar. Dejarse contagiar por todo un país. Gracias por cambiar en tantos sentidos, Maria, y muchas gracias a cada persona, sonrisa, saludo, a cada día, noche e instante que me han hecho amar con todo mi yo a Uganda.

Maria Fernández López

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¿Cuánto puede sufrir un niño?

Amanece en el campo de refugiados de Palabek a la voz de Pablo Martos. Un minuto de reloj para calzarnos y calentar es lo que nos separa de correr cuarenta y cinco minutos. Cuando siento que no puedo dar un paso más, veo las caras de inseguridad de los niños y mi problema se vuelve ridículo. Sus casas son lonas de ACNUR que se sostienen con cualquier cosa.

Nos montamos en el autobús para ir a misa y, justo cuando nos dicen que hay que bajar a desayunar, una tormenta nos cae encima. Zapatos fuera y al barro con la capa de agua.

El día termina abriéndose. Al llegar a la capilla nos acercamos a los niños igual que tantas otras veces. Pero éstos no nos tocan con curiosidad. Corren, se esconden unos detrás de otros. Los más pequeños lloran desconsoladamente. Algo se rompe dentro de mí y se me escapa una lágrima. ¿Cuánto miedo hay que pasar para desconfiar de la gente? ¿Cuánto han sufrido y cómo puedo ayudarles?

Al acabar la larga ceremonia, Onona, una mujer local, me cuenta las atrocidades y traumas que ha traído la guerrilla a sus vidas. No sé cómo puede permanecer fuerte hablando de tanto dolor injusto y tanta vida rota. La crueldad que han tenido que soportar los refugiados es inhumana. Tuvieron que correr lejos de sus casas, de su gente. Llegan solos, sin nada a lo que atenerse. La labor de los salesianos aquí es admirable: evitar que se difuminen sus vidas, llenarlas de algún sentido.

Hay algo que no han arrebatado a esta gente: el gusto por reunirse. En el campo de fútbol hay más de mil personas. Es el encuentro más multitudinario desde que existe el campo de refugiados, según nos cuenta el padre Arrasu. Nos agolpamos alrededor del partido para ver en primera fila cómo al final perdemos, todo hay que decirlo. Yo salí a jugar un rato, pero no pudimos hacer mucho. A cada metedura de pata nuestra, se reían al unísono, pero nos daba igual. Mientras estuviéramos en apuros tendrían un motivo más para no pensar en su situación.

El atardecer en África no deja de sorprenderme. El día se apaga dejando sensaciones en el cielo. Estoy inexplicablemente contenta. De vuelta para cenar, la gente ya sí se atreve a despedirnos.

El padre Arrasu ha organizado un fuego de campamento. Intercambiamos canciones y bailes con los refugiados, aunque la verdad es que nos dan mil vueltas. La música es su pasión, les mantiene a salvo. Es una de las pocas cosas que conservan de su vida en Sudán.

El sueño acumulado empieza a pasar factura. Me pesan los ojos y aún tenemos que presentar nuestro proyecto de emprendimiento, fruto del curso que nos impartieron durante la expedición, al jurado antes de poder dormir. Yago, Víctor y yo hacemos el elevator pitch para tratar de convencerlos de que apoyen nuestra propuesta. No ha podido ser, pero ha sido enriquecedor reflexionar sobre los problemas de Uganda y sobre cómo resolverlos. Estamos satisfechos de haber aprendido a empatizar con sus necesidades.

Este día es de los que más me ha impactado a lo largo de toda la expedición. Cuando vuelva me costará más quejarme de que mi vida esté patas arriba. Al menos yo tengo una vida que desordenar.

Paula Andrés

12º Día. Crónicas Expedicionarios

África hay que vivirla, sentirla y llorarla

No tengo muy claro lo que puede salir de esta crónica, pero allá vamos. Es complicado explicar Rumbo al Sur para alguien que no ha tenido el privilegio de levantarse a las 6 de la mañana al grito de “buenos días” de Pablo Martos. Sí, aunque parezca mentira, al volver a la rutina de Madrid, no es exagerado considerarlo así. El privilegio de poder escuchar las historias y batallas de la familia Aldaz, nómadas desde la cuna prácticamente. O simplemente, el privilegio de poder escribir estas líneas sentado en medio del segundo mayor campamento de refugiados del mundo, mientras las estrellas vigilan que no me salte ninguna tilde.

Por ello, si no soy capaz de transmitirlo, pido perdón. Porque este viaje no es un viaje al uso, al igual que tampoco es una aventura. Es una forma de descubrirnos a nosotros mismos, a través de las sonrisas de la gente que vive en este asentamiento, donde aproximadamente residen unos más de 30.000 refugiados de un país en el que se lucha una guerra que nunca fue para ellos.

Muchos aún no tienen claras las razones por las que se han visto obligados a salir de sus hogares, corriendo y con lo puesto, para sobrevivir otra vida donde se les da lo justo y necesario, cuando se puede.

Y, sin embargo, sonríen. Sonríen llenos de vida y de una esperanza que a cualquiera de nosotros se nos hubiese acabado unas cuantas desgracias atrás, viviendo conscientes de su pasado e ignorando su futuro más allá del inmediato. La preocupación sólo alcanza al presente: si mañana habrá para que coman los niños, si el segundo hijo tendrá un simple resfriado o malaria, algo que, por cierto, no podrán saber hasta que empiece la semana, ya que el hospital cierra sus puertas el domingo.

Todos y cada uno de nosotros arrastramos una carga psicológica que se refleja en sus ojos, en su desconfianza, en las miradas de los niños que aquí no corretean. Tan solo te vigilan temerosos en muchas ocasiones, a sabiendas de que aquello que no conocen no siempre es bueno.

España Rumbo al Sur es una forma de vida. Es tener conciencia de que somos únicos, por muy altiva que suene la expresión. Pero es así. No todo el mundo puede (o quiere) sonreír tras horas de marcha, de autobús, de hambre, sueño y sed. Sólo por ser capaces de respirar el aire mezclado con polvo de carreteras inhóspitas donde la gente corre al lado del bus, quizá el primero que ven en mucho tiempo.

España Rumbo al Sur es saber disfrutar de la unicidad de cada momento, de cada amanecer en el río Nilo, tras haber dormido al lado de hipopótamos o troncos. Porque en  la oscuridad todos los gatos son pardos, pero nuestra capacidad de soñar los transforma a voluntad.

España Rumbo al Sur es despertarnos porque la lluvia cae con furia sobre nuestras mosquiteras, sólo para moverlas a un sitio donde nos dé apenas de refilón y dormir con el sonido de la naturaleza cayendo sobre nosotros.  Es despertarnos al lado de aquellos que comparten nuestra locura y saber que no hay ningún otro sitio en el mundo donde querríamos estar, sólo aquí, llenos de suciedad y con el bagaje de las horas de sueño acumuladas. Siempre preparados para hacer la mochila y descubrir un nuevo sitio con el que soñar y al que añorar tanto que nos duelan las entrañas cuando regresemos a nuestras vidas cotidianas.

Regresaremos con la esperanza de que el año pase rápido, de volver a reencontrarnos con este continente y con nosotros mismos. 10 años han pasado desde que recorrí el África negra, 10 años en los que cada vez que veía un amanecer sentía que le faltaba magia, le faltaban colores en esa paleta que aquí explota cada vez que el cielo decide vestirse de sus mejores galas.

Podría contaros historias de jirafas que andan con elegancia delante de nuestro bus, ignorantes de nuestras miradas embelesadas. Es enorme la sensación de satisfacción y paz que se adquiere cuando eres consciente de que la vida no deja de ser una marcha más con las mochilas cargando, donde sólo importa el siguiente paso y donde rendirse no es una opción, al menos no para nosotros.

Podría contaros historias que estremecen el alma. La historia de los 30.000 refugiados que nos rodean en un radio de unos cuantos kilómetros. Pero sería inútil porque ni nosotros somos conscientes de lo que cambiarán nuestras vidas, una vez que volvamos a nuestra zona de confort, a nuestras comodidades.

La ducha diaria y el Smartphone nos esclavizan. Pero quizá hayamos conseguido que alguno de los expedicionarios que hoy sufre todas y cada una de las penurias que conlleva este viaje se estremezca cada vez que cierre los ojos y recuerde esta experiencia.

Espero que tengáis el tiempo -y el interés- de sentaros a hablar con ellos, de poder haberlos conocido antes y después de este viaje, para poder ser capaces de percibir ese cambio en su mirada, ampliada de una manera en la que todavía no son conscientes.

Pero lo serán, porque todos aquéllos que estamos aquí a su lado somos unos locos que hemos vuelto, y que no nos planteamos una vida sin ¿volver a volver?

Porque África hay que vivirla, sentirla y llorarla. Y porque nosotros somos España Rumbo al Sur y no sabemos vivir sin ella. Ni sabemos, ni queremos.

Omar Arabi Fernández es enfermero de la expedición

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Construir un mundo mejor

A tan solo tres días de finalizar nuestra aventura por Uganda, las sensaciones y vivencias se acumulan sin tiempo a digerirlas. ¡Cuánto hemos vivido, cuánto hemos experimentado! No me puedo creer que tan solo hayan sido quince días.

Pensar que lo máximo que hemos dormido cada noche han sido cinco horas y que aun así hemos aguantado, me hace replantearme mi rutina en Madrid. Pero ya no solo las horas de sueño, ahora mismo me lo replanteo absolutamente todo.

Este viaje me ha ayudado a devolverme la ilusión por lo que estudio, relaciones internacionales y traducción e interpretación. He tenido la oportunidad de sumergirme en diferentes proyectos de cooperación, experimentar de primera mano las necesidades de los ugandeses y poner en práctica mis conocimientos tanto de traducción como de interpretación.

Por primera vez en los tres años que llevo estudiando este doble grado he visto la utilidad de todo lo aprendido; por primera vez he visto reflejado mis esfuerzos y todo esto me ha ayudado encauzar mi ilusión a construir un mundo mejor.

Carolina Rengifo es monitora de campamento

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Una aventura que cala

Despertarse a las orillas del Nilo es algo que no se hace todos los días como tampoco traspasar el lago Albert desde Wanseko camino a Panyimuru. Éstas son, entre otras, las aventuras que se viven en Uganda con España Rumbo al Sur.

El campamento se pone en marcha según sale el sol. Podemos disfrutar de uno de los amaneceres más espectaculares de todo el viaje. Una vez listos, partimos hacia el puerto donde compartimos las raciones militares a modo de desayuno, en lo que esperamos  la llegada del ferry. Tras el agradable trayecto en barco, una vez en tierra, ponemos rumbo a la reserva natural de Murchison Falls. Ya desde el autocar vemos diferentes animales, entre ellos algunos que tanto habíamos esperado a conocer como los hipopótamos y los elefantes.

En la reserva natural, a pesar de no haber comido, disfrutamos explorando y descubriendo la más salvaje fauna y vegetación de Uganda. A la vuelta del safari, según cayó la noche, contemplamos el cielo estrellado en busca del eclipse lunar: otra de las grandes y únicas oportunidades que se nos han brindado inesperadamente durante el viaje.

En definitiva, un día largo e intenso que, más allá de la falta de comida y agua, me hace entender en profundidad la rica cultura ugandesa y reflexionar sobre la gran suerte que tengo como joven madrileña de poder vivir una experiencia tan especial que no solo cala tu lado más aventurero, sino también humano.

Paz García Belloso, Expedicionaria 

11º Día. Crónicas Expedicionarios

Gracias, Uganda; gracias, España Rumbo al Sur por cambiarme la vida

¿Cómo algo tan duro puede ser la mejor experiencia de mi vida? Os lo explico con un día en Uganda.

Comienza el día. Amanecer a orillas del rio Nilo con los bostezos de mis compañeros como melodía
matutina. Hacer mochilas y montar en el bus. Lo de todos los días, pero nunca sabemos el destino final.

Esta vez resulta ser el lago Albert con sus gentes y su pauerto, desde donde cogimos un ferry que nos permite contemplar una de las grandes maravillas de este país, sus inmensos lagos.
De vuelta al bus comienza a una experiencia diferente. Un parque natural de ésos que salen en las pelis donde, junto con los hipopótamos, jirafas y antílopes me he sentido libre y, sin pensarlo dos veces, me vuelto a dar cuenta de lo poco que deberían envidiarnos todas y cada una de las personas que aquí habitan, ¡si es que eres preciosa, Uganda!

Después de un día de pasar algo de hambre, por fin paramos en un pequeño pueblo en el que, al ritmo de la música ugandesa, saciamos nuestro apetito con un delicioso chapati.
Pero esto no es todo. La noche nos depara nuevas sorpresas y comienza un eclipse lunar que nos deja a todos con la boca abierta, finalizando la luna más roja y bonita que he visto en toda mi vida.

Y, por fin, hora de dormir, gracias a la comunidad de Santo Tomás que nos acoge. Tras un día agotador, nada nos hace tan felices como un trocito de césped en el que descansar.

Ojalá algún día encuentre las palabras para describir lo que estamos viviendo aquí, pero, hasta ese momento, he de conformarme con esto: Gracias Uganda y gracias España Rumbo al Sur por cambiarme la vida.

Clara Molina Osuna

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Despertar a orillas del Nilo

Despertarse a las orillas del Nilo es algo que no se hace todos los días como tampoco traspasar el lago Albert desde Wanseko camino a Palymbur. Éstas son, entre otras, las aventuras que se viven en Uganda con España Rumbo al Sur.

El campamento se pone en marcha según sale el sol. Podemos disfrutar de uno de los amaneceres más espectaculares de todo el viaje. Una vez listos, partimos hacia el puerto donde compartimos las raciones militares a modo de desayuno, en lo que esperamos la llegada del ferry. Tras el agradable trayecto en barco, una vez en tierra, ponemos rumbo a la reserva natural de Murchison Falls. Ya desde el autocar vemos diferentes animales, entre ellos algunos que tanto habíamos esperado a conocer como los hipopótamos y los elefantes.

En la reserva natural, a pesar de no haber comido, disfrutamos explorando y descubriendo la más salvaje fauna y vegetación de Uganda. A la vuelta del safari, según cayó la noche, contemplamos el cielo estrellado en busca del eclipse lunar: otra de las grandes y únicas oportunidades que se nos han brindado inesperadamente durante el viaje.
En definitiva, un día largo e intenso que, más allá de la falta de comida y agua, me hace entender en profundidad la rica cultura ugandesa y reflexionar sobre la gran suerte que tengo como joven madrileña de poder vivir una experiencia tan especial que no solo cala tu lado más aventurero, sino también humano.

Paz García Belloso

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¿Un hipopótamo o un cocodrilo?

Todo país tiene su gente, que define su forma de ser y de actuar, y que lo hace único. No obstante, Uganda va un paso más allá. Además de tener unos ciudadanos únicos y carismáticos, la Perla de África destaca por su impresionante fauna.Durante mi undécimo día de expedición, pude disfrutar de esos inigualables animales en su hábitat natural y descubrir el otro gran tesoro de este país como es la auténtica sabana africana. Pero, ¿cómo llegué hasta ahí? La respuesta es extensa, pero sencilla.

Todo comenzó un día 27 de julio, cuando los expedicionarios nos levantamos con el ya legendario saludo de nuestro monitor Pablo Martos: «¡Buenos días!». Sin embargo, aquella vez fue diferente: no teníamos que ponernos ropa de deporte y salir a correr, sino que nuestra misión consistía en recoger nuestro campamento rápidamente, recibir una ración de desayuno militar (que no probábamos desde aquel fin de semana en Toledo) y subir apresuradamente al autobús.

Ya en el vehículo, unos cuantos resolvimos la duda que habíamos tenido por la noche: lo que había flotando en el río, ¿era un hipopótamo o un cocodrilo? Allí, con la vista de la luz sobre todo el campamento, pudimos apreciar que lo que se movía en el agua era… un alga. Lo que nos había dicho con antelación nuestro amigo Jorge, aún en las horas nocturnas del día 26, era cierto. Razonable, pero no queríamos creerlo.

En fin, tras una hora y media de viaje en los dos autobuses, los expedicionarios aparcamos en la orilla del Lago Alberto, donde pudimos observar la mañana de una comunidad local de pescadores, y, más importante todavía, hincar el diente a un maravilloso desayuno militar que sació bastante el apetito que teníamos todos.

Ya desayunados, los expedicionarios y el equipo de España Rumbo al Sur nos embarcamos en un pequeño ferry para cruzar de un lado a otro el gran lago. Todos los españoles ocupamos el piso de arriba del barco, mientras que los ugandeses se encontraban en la planta baja, donde estaban los lavabos.

Cuando me dio por bajar a aquel piso, pude ver con mis propios ojos la sociedad ugandesa, integrado completamente dentro de ella. Era el extraño, el único europeo que estaba en esa planta. Las miradas que clavaron los africanos sobre mí nunca se me borrarán de la mente. Ya no era un expedicionario de Rumbo al Sur más, sino que era el blanco, el único diferente, el centro de atención.

A continuación, cada uno salió del ferry y se metió en el vehículo que le tocaba. Fue entonces cuando llegó el momento. Desde el propio autobús, tuvimos la suerte de adentrarnos en el parque natural de Murchison Falls, un lugar increíblemente único y especial, donde pudimos ver animales como el elefante, la jirafa, el antílope o el suricato en su hábitat. Recibimos información por parte de un excelente guía, que nos instruyó sobre todo lo que estábamos viendo.

Todavía en el parque, algunos chicos pudimos hablar de un tema matador y horroroso para todos: la selectividad. Los chicos que vinieron de hacerla nos hablaron sobre cómo lidiar con ella y nos contaron varias anécdotas personales.

Tras horas y horas en la reserva sin bajar del bus ni comer, pudimos bajar a un pueblo donde el talentoso equipo de cocina de Rumbo al Sur nos preparó un improvisado bocadillo de caballa, que aplacó parte de nuestra hambre, con la que acabamos con totalidad con la comida local de diferentes puestos del pueblo. Yo tomé un refresco y el ya más que legendario chapati, tortita de harina típica de Uganda que tantas veces nos ha salvado la vida.

A mayores, observé un eclipse con algunos amigos llamado Luna de Sangre, que sucede cada mucho tiempo. Consiste en que la luna se tiñe completamente de rojo. En España no se puede ver en su totalidad, mientras que Uganda es uno de los países más afortunados para poder apreciarlo.

Finalmente, y tras mucho tiempo de viaje por senderos ugandeses, llegamos a un convento de combonianas, donde las monjas nos ofrecieron un lugar para dormir. No obstante, nosotros no descansamos en camas: lo hacemos en el exterior, con un saco de dormir, una esterilla y una mosquitera. Me gusta llamarlo el Estilo Rumbo al Sur.

La noche no terminó allí. Mientras todo el mundo estaba durmiendo apaciblemente, una tormenta tropical apareció de repente, sin haberlo esperando. Fue un susto tremendo: movimiento por todas partes. Cambiamos el campamento de lugar, bajo techo y a seguir durmiendo.

Yago Cabrera Pérez

10º Día. Crónicas Expedicionarios

Primera ducha en Uganda, la tierra de las oportunidades

Hoy por fin nos hemos duchado. Después de una semana de expedición, esta mañana el agua por fin arrastraba de nuestra piel un falso moreno. Este esperado momento llegaba tras el deporte matutino, dirigido por Pablo Martos, al que poco a poco hemos conseguido acostumbrarnos.

A continuación del desayuno, nos aguardaba un largo trayecto en bus. Al principio estos desplazamientos parecían una pérdida de tiempo. Pasábamos demasiadas horas sentados, incómodos, tratando de dormir o de entretenernos; sin embargo, pronto aprendí a disfrutar también estos momentos.

Tengo la suerte de compartir esta experiencia con gente enriquecedora, con distintas ideologías y opiniones, pero con diversas inquietudes en común. Se generan pues debates y conversaciones que me ayudan a reflexionar sobre mis ideas, el sentido que tiene mi vida y las vivencias que aquí compartimos.

Entre charla y charla se intercalan varias paradas. La primera es en un mercado auténtico. Los locales venden desde telas a pescado, pasando por chanclas y cacahuetes. Unos regatean precios de regalos, mientras otros simplemente satisfacen su hambre a base de chapatis, ese pan que tanto nos gusta.

La segunda vez nos detenemos para comer en el Lago Albert. Por sus gigantescas dimensiones y la fuerza de sus corrientes, se asemeja al mar.

La última parada antes de llegar a nuestro destino la hacemos en las cataratas de Murchison. El agua corre con una intensidad descomunal, salpicando (o empapando) a quien se atreve a acercarse. Entonces tiene lugar un desafortunado percance: el dron, que desde increíbles perspectivas grababa, choca con una rama y cae al agua.

Volvemos al bus. Nuestro recorrido llega a su fin en el Madison Park. Dormimos a orillas del Nilo Victoria. Antes de cenar, proyectan «The African Queen», una película de los años 50, rodada en la zona en la que nos encontramos (toda una novedad en la época).

La última actividad del día es el taller de emprendimiento. Empieza a ser tarde y la mayoría está adormilada. Clau, Nuria y yo debatimos fluidamente cómo llevar a cabo nuestro proyecto. El objetivo, derribar la idealización del mundo occidental, es todo un reto.

A lo largo de nuestra estancia aquí, no han sido pocos los comentarios y preguntas de niños que reflejaban una errónea idea de Europa y un sentimiento de inferioridad. Muchos jóvenes aspiran a buscar un lugar mejor donde vivir, sin apreciar la riqueza de su país.

Es cierto que la vida aquí es más complicada en algunos aspectos, pero con el tiempo me doy cuenta de que muchas de las facilidades que tenemos no son verdaderamente necesarias, ni tan primarias como creemos.

En Uganda existe un problema con la falta de agua y el desarrollo. Por ello, no necesitan especialmente ropa y alimentos, sino educación, formación y recursos para desarrollarse independientemente. En cambio, tienen una suerte que en los países más desarrollados tiende a escasear. Su sonrisa, alegría, fuerza de voluntad y agradecimiento son envidiables. Yo personalmente también admiro su fe y el compromiso con el Cristianismo.

A raíz de ello, nuestro proyecto quiere tratar de concienciar a la población, sobre todo a la juventud, de que este país tiene muchas oportunidades que explotar. Queremos que valoren más su identidad nacional y desmentir creencias que utilizan las mafias para aprovecharse de su desconocimiento o ignorancia respecto a la situación de los inmigrantes en Europa.

Con estas ideas en mente, se acaba el tiempo de trabajo y nos vamos a dormir, con la incertidumbre de no saber qué viviremos mañana.

Lourdes Borja

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Juzgando apariencias africanas

Si me preguntaran qué es lo que más me está gustando de Uganda respondería que es el modo en que funciona este país. Su tierra y sus paisajes dan la vida a sus gentes y son sus gentes quienes llenan de vida sus tierras y paisajes. Ya me habría gustado venir unos años atrás y ver menos influencia de Occidente, pero África seguirá siendo África y su esencia siempre permanecerá.

No se ha perdido la alegría de sus ojos y sonrisas que cubren historias únicas e impactantes. Todavía quedan casas hechas de barro y ramas de plantas en el techo, como si no pasasen los años en esas casas – las más modernas con uralita en el techo.

Los bebés a la espalda durante el trabajo y las coloridas telas en las mujeres se ven todos los días, al igual que las escenas de ugandeses moteros a la espera de algo inesperado. Las personas aquí son negras, rapadas y con unos pies que dejan huella, pisan fuerte como sus bailes y aguantan los duros y largos kilómetros que muchas veces tienen que recorrer.

Hay poblados intensos y paisajes frondosos, polvo en medio y la luz del sol que penetra hasta el fondo. Desde el autobús puedo ver a niños y niñas gritando, corriendo y saludando; los adultos, más quietos, mirando.
Aquí se carga con agua, se cocina en el suelo, se come con las manos y se canta bien alto, pero también hay caras tristes, con sufrimiento y cansancio. Unos te explican sus necesidades y otros no hace ni si quiera falta.

Vengo de un mercado en la frontera del Congo y una madre con su hijo a cuestas, viéndome con bolsas de comida, las señala y me pide que se las dé a su hijo. Justamente había pensado dárselas a alguien, por lo que no me costaba absolutamente nada, pero al estar rodeada de mujeres como ella y la manera cortante en que me lo había dicho, provocó que el gesto no fuese tan natural como hubiera esperado.

Se lo doy sin pensármelo dos veces e inmediatamente todas ellas se ríen pretendiendo que yo no me dé cuenta. La mujer sonríe, se ríe y se va. Lo ocurrido me da mucho que pensar.

Ellos pueden ser vistos como víctimas de una sociedad injusta, llenos de alegría y bondad o, como en algunos casos, portadores de malas intenciones; al igual que ellos nos pueden ver como los culpables de su desgracia o los esperados para salir de ella.

Sin embargo, no podemos permitirnos ensuciar el encuentro mutuo. El mejor recuerdo es el que debe permanecer, porque ésa es la África verdadera, la que ha sabido reaccionar a la llegada de quienes venían a encontrarse a sí mismos en el mundo de África.

María Palfy

9º Día. Crónicas Expedicionarios

Tan lejos y a la vez tan cerca

El polvo se extendía por todos los lados, mientras las ruedas giraban alrededor del suelo. El viento acariciaba nuestras facciones y aliviaba el calor que permanecía aún en nuestros cuerpos. Puedo decir que fue un día muy pesado, pero al mismo tiempo intenso, lleno de sorpresas y descubrimientos.

Como todos los días Pablo Martos nos levantó con su famoso ”¡Buenos días, salímos del saco, ropa deportiva!”, como si fuese la alarma de nuestro teléfono móvil, de un salto, recién levantados, dimos nuestra hora de deporte y seguidamente desayunamos.

Como era de esperar, los niños del colegio nos prepararon una gran despedida, haciendo, como siempre, sentir más de cerca la música en nuestro interior. Y de repente, ¡llegó el momento de coger el bus! Nos esperaban nada más que diez horitas de trayecto, ¡vamos, casi nada!

El sonido del motor era como el zumbido de una abeja junto a mi oreja. Al arrancar el bus, por los fuertes movimientos que se producían por las rocas me sentía como una palomita haciéndome en el microondas.

Por un momento, llegó la calma, cerré los párpados y caí en un profundo sueño. ¡Fue gloria de Santo! Al despertar pude observar que nos adentrabamos en una espectacular selva, llena de árboles, extensiones frondosas llena de una amplia vegetación. Mi cuerpo podía notar la humedad que transmitía la misma selva.

Bajamos del bus para poder extender las piernas y nada más posar los pies en el suelo, nos llevamos una gran sorpresa ¡En el suelo pudimos ver una mamba negra!, ¡Y menos mal que la había matado ya nuestro cocinero ugandes Walter! Fue impresionante poderla ver de cerca. No paraban de cesar las sorpresas, ¡un regalo para la vista! Tuvimos la gran suerte de ver a un conjunto de babuinos en la carretera.

El motor del bus seguía sonando hasta que paró. ¡Por fin llegó el momento que más esperaba del día! Cambiar los euros a chelines y la verdad es que eso también tuvo su punto de aventura.

Me sumergí en el gran mercado que había junto a la gasolinera. El olor de la pimienta, el curry y las semillas se introducían en mi olfato como tal fragancia, en ese momento sentí mi tierra, Valencia, como si estuviese en el mismo mercado central. Las telas, collares y brazaletes se entendían por todo el mercado. Me sentía como si estuviese en una película de Indiana Jones, en un gran bazar, pleno de colores y grandes sensaciones. Volvimos al bus y el trayecto seguía.

Mis ojos se cerraban cada vez más. No podía más con el cansancio de este largo día. Me dejé llevar acompañada por la brisa que entraba por la ventana. Al fin llegamos a nuestro esperado destino. Sólo puedo decir que fue la noche que dormí de un tirón y que más disfruté durmiendo. ¡Hasta el próximo día!

Alicia Victoria Cerdán Valls

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Un nuevo día, una nueva ilusión

Miércoles 25 de julio 2018, el noveno día de nuestro viaje, un día lleno de nuevas esperanzas, de nuevas ilusiones, de nuevas alegrías, de nuevas sorpresas, de nuevas decepciones y de nuevos sustos.

Pero empecemos por el principio: el despertar.

Al son del himno de la Legion, cada uno salía de su saco, algunos más dormidos que otros y otros más despiertos que algunos, y nos preparábamos para lo peor: deporte por la mañana. Es increíble cómo después de más de una semana con la misma rutina de siempre (ponerse a correr y sudar antes de desayunar e incluso antes de que nuestro cerebro sea capaz de sumar 2+2 correctamente), todavía no nos hayamos acostumbrado a ella.

Sin embargo, este día era diferente. Todos lo sentíamos. La promesa de aquello que tanto anhelábamos en el aire. Todos presentíamos su llegada.

No obstante, todavía no era el momento. Así que armados con nuestros macutos y nuestras mochilas, protegidos por el repelente de mosquitos y la crema solar, nos adentramos en el bus en busca de nuestra siguiente parada por Uganda con una sonrisa en la cara. Pero nadie nos advirtió de lo que se nos venía encima.

Horas y horas mirando por la ventana, viendo árboles y más árboles pasar. El polvo por todos los lados. El cansancio llamando a nuestras puertas. Y el calor, ese calor tan abrasador que nos impedía hacer casi cualquier cosa.

Hasta que por fin nos paramos en una carretera desierta. La furgoneta se había vuelto a romper. Pero eso no nos importaba en aquel momento.

La jungla (sí, estoy escribiendo sobre una jungla con lianas, árboles tan altos que no ves sus copas y seguramente con algún Tarzán en su interior) se extendía a los lados de la carretera. Con aquel instinto de aventura con el que nos caracterizamos todos, algunos de nosotros nos adentramos entre esos enormes árboles. La excursión no duró mucho hasta que nos encontramos con el primer habitante de aquella selva: una mamba negra. Afortunadamente, ésta estaba ya muerta gracias a nuestro cocinero ugandes Walter; pero aquello no impidió que saliéramos de allí y nos resguardáramos dentro del bus.

Poco a poco, el susto fue menguando y las risas, las canciones y los juegos volvieron a surgir. Pero no por mucho tiempo. Pronto, se convirtieron en gritos de sorpresa y alegría al ver una manada de babuinos. Con sus característicos traseros al aire, éstos se paseaban tranquilamente de un lado a otro, mirando en nuestra dirección de vez en cuando, para después trepar un árbol.

Pasadas estas experiencias, el hambre, el cansancio y el sudor volvieron a hacer mella en nosotros. Un par de horas más mirando el polvo flotar y los árboles pasar por la ventana, llegamos a una gasolinera. Pero eso no fue lo que nos hizo cantar de alegría. En cambio, la noticia de que aquel ugandés que llevaba aquel negocio cambiaba de euros a chelines ugandeses a un precio razonable (4.000 chelines = 1 euro), nos dio nuevas energías haciendo que el hambre, el cansancio y el sudor pasaran a un segundo plano. Por lo que recargados de estas nuevas energías y con los brazos llenos de comida, volvimos a subirnos al bus para aguantar el trayecto final.

Llegamos con las estrellas ya brillando en el cielo, deseando que esa promesa que seguía flotando en el aire se hiciera realidad. El sitio donde nos quedábamos era un hotel con el césped bien recortado y cuidado, con algún puñado de bichos repartidos por allí y por allá. Siguiendo las instrucciones de nuestros monitores, desplegamos la esterilla en aquel pasto, sacamos el saco y colgamos las mosquiteras con la ayuda de unas cuantas cuerdas atadas a los árboles.

No fue hasta la cena que la ilusión de que esta promesa se cumpliese, se desinfló como un globo pinchado.

Un día más pasaba. Un día más con la cara manchada de polvo y el pelo grasiento. Un día más con el cuerpo pidiendo a gritos una ducha. Una, que no llegaría ese miércoles 25 de julio 2018.

Así que nos tumbamos en nuestros sacos y dejamos que nuevas ilusiones florecieran al son de un nuevo día: jueves 26 de Julio 2018, el décimo día de nuestro viaje, un día lleno de nuevas esperanzas, de nuevas ilusiones, de nuevas alegrías, de nuevas sorpresas, de nuevas decepciones y de nuevos sustos.

Cristina Cañedo-Argüelles Domecq

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Respirando Uganda

Mariposas. Cientos de ellas juntas. Más de las que he visto a lo largo de toda mi vida. Mariposas blancas, marrones, negras, de colores. Volando nos dan la bienvenida.

Hemos llegado por fin a la selva ecuatorial. Bosque verde, frondoso, inexpugnable. La vista no alcanza más allá de cinco metros: árboles, lianas, ramas, arbustos… Es una masa preciosa de miles de verde combinados que abarca todo lo visible a ambos lados de la carretera. El asfalto resulta una aberración del hombre, que lucha incansable por controlar a la madre naturaleza.

Y es que es un lugar tan hermoso como peligroso. En el mismo borde de la carretra había una serpiente, una mamba negra, la más peligrosa del plantea. Por suerte estaba ya muerta cuando nosotros la vimos, ya que le había dado muerte Walter, pero sirve de recordatorio para incautos como nosotros que no conocen el lugar en el que están.

Al cabo del rato la mano del hombre se hace presente, sustituyendo el verdor inexpugnable por plantaciones de té y bananeras. Y más adelante el poblado, en el que estas gentes han encontrado un asentamiento para vivir, rodeados por kilómetros y kilómetros de selva. Hay casas ricas, grandes, pequeñas, apartadas o agrupadas…
El paisaje se va alternando a medida que avanzamos, pero las casas y la gente marcan mucho. Por primera vez desde que estamos aquí hemos visto chozas: casitas redondas de adobe con tejados de paja. La gente vive aquí con total tranquilidad, feliz, sin ser consciente de las comodidades que existen en otros lugares.
Mucho rato de bus más tarde hemos llegado a la ciudad de Fort Portal, donde hemos estado durante la hora de la comida. Hemos visitado un mercado local con puestos de todo tipo: fruta, cereales, especias, ropa, regalos… Una mezcla de colores de frutas y telas que recoge la esencia del país. El lugar perfecto para encontrar un detalle que llevarse a casa.

Continuamos en el bus hasta llegar a nuestro destino: el Masindi Hotel, el único establecimiento colonial que queda, en el cual se estableció toda la producción del rodaje de «La reina de África» en 1951.

Mi bus ha llegado antes, así que Mario, el monitor, nos ha propuesto una dinámica de grupo: hablar con alguien que todavía no conocíamos. Parece una tontería, pero todos los que estamos aquí tenemos algo especial que compartir. Rumbo al Sur es una experiencia única que reúne a todo tipo de jóvenes con un objetivo: conocerse a sí mismos. Y no hay mejor manera de hacerlo que compartiendo lo que somos y aprendiendo de lo que otros nos pueden aportar. Cada persona es única y merece la pena ser descubierta.

Nuria Casalé

8º Día. Crónicas Expedicionarios

Miradas y sonrisas

Para mi padre:

Cierra los ojos, respira y despeja la mente. Quiero que imagines conmigo para que así puedas visualizar lo que yo veo desde mi ventana polvorienta del bus.

Imagina un paisaje africano, en especial uno de la sabana, con sus tierras de color ocre, flora seca y cielo azul. No pierdas la concentración y crea en tu mente una explanada cuadriculada por sucios caminos de polvo rojizo repletos de piedrecitas y por algún que otro matorral que aporta motas verdes y amarillas al escenario. En cada cuadrado de este terreno, una choza de paredes de adobe seco y techo de astillas, paja y cuerda. Ahora coloca una casa como la anterior en cada porción de este pueblo en construcción.

A continuación, en el centro de todo, un edificio de cemento con tejado de chapa roja, vidrieras de colores vivos y puertas de madera abiertas de las cuales se escapan voces prodigiosas y movimientos majestuosos. Deberías haber llegado a la conclusión de que el humilde lugar que te estoy describiendo es la sencilla iglesia de nuestro poblado.

Muy bien, para aumentar la verosimilitud de mis pensamientos, quiero que añadas a nuestro pueblo, árboles esbeltos de largas ramas y frondoso follaje. A sus pies, atadas a sus troncos, pequeñas cabras que sirven de mascota y entretenimiento para los más pequeños. Aunque en este poblado predominen las cabras también me gustaría que sumases a esta flora africana unas cuantas gallinas, vacas y muchos insectos, en especial mosquitos.
Una vez que ya tenemos las edificaciones, fauna y flora, toca imaginar lo más importante de todo: el alma. Diría que el alma de nuestro poblado es su gente. Decenas de rostros de piel oscura y reseca, cuerpos delgados vestidos por prendas andrajosas. Pero lo que siempre verás en la gente de un pueblo de Uganda, sea real o imaginario, serán las miradas relucientes de vida y las sonrisas amplias de todos los niños que vienen a recibirte en la entrada de cada poblado.

Miradas con sus ojillos oscuros y dándote su mejor sonrisa.

Luis Sánchez Senís

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Dios

Dios no es un hombre blanco con barba de sabio y una melena castaña,
Dios está aquí, en Uganda, lo he visto.
Mide medio metro y corre descalzo por la calle entre la basura.
Tiene la piel oscura, reseca y las uñas destrozadas.
Dios duerme en un establo entre cabras y gallinas.
Él tiene la puerta del paraíso en la sonrisa y el cielo en la mirada .
Y cuando baila te transmite la paz que llevas buscando toda la vida.

Isabel Aratiñano

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Hoy me han abierto los ojos

A veces pienso que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos y, desgraciadamente, esta frase se hace realidad muy a menudo. Y cuando ésta se hace presente en nuestras vidas, lo habitual es que nos quejemos o que la tristeza nos invada.

Sin embargo, hoy me han abierto los ojos. Cuando entramos en las habitaciones del hospital St Anthony, vi a la gente encamada con una mosquitera perfectamente doblada y colgando encima de ellos.

Pero al observar un poco más la habitación, me llevé una mala impresión. Había una especie de colmenas colgando con avispas tan grandes como pulgares. Y estaban ahí, conviviendo con los pacientes.

Eso no fue lo único que me llamó la atención. No oí a ningún enfermo, entre los que menudeaban los infectados por la malaria, quejarse de su situación y, aunque mi visita no durara más de media hora, me dio que pensar.

En este centro, pese a las camas estrechas, las mosquiteras que tratan de proteger contra la malaria a veces sin éxito y la falta de medios que deriva en una higiene precaria, los pacientes, al verte, saludan con una sonrisa que deslumbra.

Cuánto nos falta por aprender.

Antonio Muñoz Maldonado

7º Día. Crónicas Expedicionarios

Uganda en seis palabras

“¡Buenos días!” son las primeras palabras que escucho a primera hora de la mañana; una simple frase que marca el llegar de un nuevo día, otra oportunidad más para poder descubrir esta tierra exótica que me tiene maravillado.

“Amén”, una de las agrupaciones de letras más conocidas y habladas a nivel internacional. Capaz de unir a millones de personas en un único sentimiento. Una palabra que me transporta a esos domingos de misa con mi madre. Hasta que vuelvo al mundo real y me percato de que en realidad estoy en una misa africana, llena de color, pasión y música.

“Agandi”, que significa “bienvenido” en idioma ugandés. ¿Cuántas veces podré haber oído hoy tal palabra? Puede que una por cada mirada de todos los estudiantes que he podido conocer en el instituto que he visitado. Nunca había pensado que un gesto tan cotidiano como una sonrisa me pudiera transmitir tanto.

“¡Guau!”, onomatopeya que significa admiración y sorpresa. Ambas emociones que compartí con mis compañeros de expedición al ver la “Cascada del Machete”, que corona las montañas verdirrojas ugandesas. El caer del agua desde las alturas y los ciento veinte rostros de satisfacción de todos nosotros al saber que podríamos, al fin, lavarnos. Son las imágenes que se me han quedado grabadas en la cabeza. No me esperaba que fuese a divisar un paisaje como el que pude contemplar.

“Gracias”, la única forma de la que puedo abreviar todo lo que estoy sintiendo en tan poco tiempo.

Luis Sánchez Senís

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Sonrisas

Si pensamos en hacer feliz a alguien, se nos pueden ocurrir decenas de maneras de hacerlo: tener un detalle, hacer un regalo, organizar algo especial… Tendemos a pensar que el tamaño de la sorpresa será directamente proporcional a la sonrisa del homenajeado: Cuanto más grande sea el regalo, más ilusión le hará”· Pues bien, en África esto es completamente falso.

Esta mañana he tenido la oportunidad de visitar un hospital y un colegio. Me he encontrado con muchas mujeres y muchos niños y en todos he observado lo mismo. Aquí no necesitas sacar un paquete del bolsillo para hacer feliz a alguien. Con una sonrisa sincera y una mirada atenta se consigue alegrar a cualquier persona.

Es increíble la sensación que se queda al hacer sonreír a otra persona. Por la ventanilla del bus, veo todos los días a niños que corren hacia nosotros, sacudiendo las manos y enseñándonos sus preciosas sonrisas. Con muy poco, hacemos mucho. Y, sobre todo, aprendemos mucho. Me alegra saber que todavía nos queda una semana para descubrir este magnífico país.

Amaya Vizmanos

 

6º Día. Crónicas Expedicionarios

Erangi

Si tuviera que emplear una palabra para definir Uganda sería color. Todo aquí lleva colores vivos, llamativos, impactantes. Colores que consiguen introducir la esencia de esta cultura a través de la vista y llevarla directamente al corazón.

El rojo de las carreteras nos acompaña siempre allí donde vamos. Es polvo arcilloso que se ha convertido en una segunda piel que todo lo cubre: cara, cuerpo, mochilas, autobuses… Y armoniza perfectamente con el verde de alrededor; millones de tonos distintos que se resumen en uno solo: verde vida. Y es que aquí, en Uganda, donde la vida se respira en el ambiente.

No hablo solo de la naturaleza, sino que incluyo también a la gente. Las personas que aquí viven son la esencia del país, al que llenan de color. Sus ropas, que en España consideraríamos estrafalarias, dan alegría y completan la amplia gama visual tan única de este universo recién descubierto por los expedicionarios: amarillo, naranja, rosa, azul… se mezclan y combinan de formas nunca vistas por estos ojos tan ingenuos.

No obstante, lo maravilloso de este mundo es que los colores también se transmiten por el aire, a través de los sonidos. La naturaleza aquí es libre y, como tal, se comporta, proporcionando una sinfonía de viento, percusión y otras melodías que siempre nos acompaña. Pero por encima de ellos está la música propia de estas gentes: los ritmos, las melodías, las voces, los bailes… son extravagantes, extraños, instintivos, recuerdan a los comportamientos de los animales y plantas que les rodean.

Y, sin embargo, todo tiene una cohesión especial, como si estuvieran hechos para unirse. Mágicamente, la música penetra en ti, los pelos se ponen de punta y no puedes hacer otra cosa que mirar con la boca abierta a las mujeres moverse de esa forma tan extraña y especial. La música transmite colores, calidez, emoción, vida.

Este mundo es tan distinto al nuestro que nos cuesta entender lo que ocurre. Mires donde mires descubres un nuevo color que no habías visto antes. Tengo muchísima suerte de estar aquí, viendo todo esto. Los paisajes, la gente, los animales… forman un todo único que solo puede definirse con una palabra: erangi, que en el idioma local significa color.

Nuria Casalé

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Crecer como persona

Tras cinco largos días en Uganda me empiezo a acostumbrar al ritmo de vida en España Rumbo al Sur y comienzo a comprender el sentido y el porqué de esta experiencia. La cita de Machado “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” refleja perfectamente lo que siento cada mañana a las 6 cuando Pablo Martos nos despierta y nos pone a correr.

Cada día aquí es diferente y dependiendo de cómo lo afrontamos podemos aprender y percibir diferentes sensaciones que nos enriquecen y nos motivan a seguir todos los días con una sonrisa en la cara y a dejar de lado las quejas y las agujetas.

Hoy, nuestro tercer día en Butare, ha sido, sin duda, el mejor día de lo que llevamos de viaje. Hemos ido a una misa donde las canciones, los bailes y la ilusión de la gente priman sobre todo lo demás.

Me sigue pareciendo increíble la facilidad que tienen los ugandeses para ponerse a bailar y lo poco que necesitan para ser felices. Como viene siendo habitual desde nuestra llegada a este colegio, nos han tratado de una manera excepcional deleitándonos con numerosos bailes y compartiendo su cultura con nosotros.

Además, a lo largo del día de hoy hemos estado mucho tiempo con los niños jugando un emocionante partido de fútbol, teniendo largas conversaciones con ellos y disfrutando al bailar tanto canciones ugandesas como españolas. Estas actividades no sólo nos han servido para acercarnos más a la cultura ugandesa, sino para unirnos más como grupo.

Definitivamente, este viaje no sólo me está enseñando a ser un buen expedicionario, sino a crecer como persona y valorar todo lo que tengo.

Íñigo Méndez de Vigo

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¿Qué me estás haciendo Uganda?

Primero me haces madrugar, correr y hacer ejercicio hasta no poder más. Sin embargo, me recompensas con una Eucaristía donde solo encuentro la paz y el amor de Dios en cada momento que perciba.

Después, un torneo de fútbol, ¡si a mí no me gusta el deporte! Pero, cómo no, me vuelves a recompensar con un gran corro de niños que me regalan las mejores sonrisas y mucho mucho amor.

Me haces fregar y yo solo quiero dormir la siesta; y cuando voy a ello me vuelves a cambiar los planes y me llevas a un festival lleno de colores, bailes y, sobre todo, de risas, de esas contagiosas, y  para rematar la jugada, me envías a una monja que me dice sin dudarlo: “They are so happy with you (son muy felices contigo)”.

Para acabar el día toca charlas, en las cuales, de vez en cuando, mi cuerpo me pide cerrar los ojos. Y cuando éstas acaban y termino de cenar, otra buena noticia llega a mis oídos: después de cinco días aquí vemos los vídeos que se están realizando durante estos días, plasmando la aventura que estamos viviendo de la mejor manera.

¿Qué me estás haciendo Uganda? Yo me atrevería a decir que no único que me estás haciendo es feliz.

Clara Molina

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Conocerse a uno mismo en Uganda

A miles de kilómetros de casa es cuando uno se da cuenta de que realmente el mundo en el que vivimos nos es tan bueno como pensábamos, y también es el lugar donde conoces cosas de ti mimo que ni conocías, y eso es lo que me está pasando en este país.

Llevamos cinco días aquí, ahora estamos de visita en un colegio y realmente me he dado cuenta de que estas personas son impresionantes; nos invitaron a hacer todo con ellos, a conocer su cultura, su forma de vida…

Dormimos muy poco y nos levantamos, muy temprano. A cualquiera le gustaría seguir durmiendo y descansando, pero algo tira de nosotros para levantarnos y comenzar a hacer deporte que, más allá de correr, busca activar el cuerpo y apreciar las maravillosas vistas de Uganda por las mañana.

Desde las 8 am los ugandeses nos animaban a acompañarles a misa. Yo, que nunca había ido a misa, la disfruté y me asombró lo distinto que se celebra comparado con España.

Tras esto pudimos disfrutar de un partido de fútbol muy entretenido que acabó tirando del lado de los españoles en la tanda de penaltis. Eran las 12 am, el sol apretaba como nunca, pero no importaba porque todos los niños que se acercaban a hablarnos. A pesar de no controlar el idioma demasiado, hay algo que animaba a hablar con ellos y no sé cómo terminé manteniendo una conversación con los niños.

Tanto grandes como pequeños tienen una increíble ilusión por aprender, por ir al colegio, por conocer cosas nuevas… Y todo, a pesar de que muchos de los niños viven internados, alejados de sus familias, por la gran distancia que separa su casa del colegio y no pueden permitirse hacer todos los días.

Por la tarde nos sorprendieron con un festival lleno de color, alegrías, emoción y risas, donde nos representaron una serie de bailes. Para acabar, nos mostraron su gran corazón cuando comenzaron a darnos regalos y a pedirnos fotos. Tras este emotivo momento, pudimos disfrutar cantando y bailando canciones hasta quedarnos sin voz.

Carmen Morales