Crónica 4º Día del Curso de Navegación Antigua.

Cuando el viento es tu único aliado

La Osa Mayor se asoma al horizonte de este cielo estrellado que parece una ciudad vista desde un altozano por la noche, con miles de puntos de luz brillantes. Sirio, Casiopea, Orión… Pocas veces estas estrellas y constelaciones pueden verse tan nítidas, con tanta precisión. El profesor Bismarck las explica sobre la proa de cubierta mientras el barco vira hacia babor.

El viento inflama las velas con virulencia, y con el motor apagado, viajamos a más de tres nudos, una velocidad nada desdeñable porque son los propios elementos, las mareas y el viento, los que impelen nuestra travesía.

Hay algo de oleaje y el balanceo del barco se nota cuando se pasea por cubierta. Nos vemos obligados a «amarrar» las cosas para que no se desplacen por el vaivén incesante. Las luces están apagadas también, lo que, unido a que la tripulación se guía por las estrellas, provoca una sensación mágica, única, como si de verdad nos trasladáramos cinco siglos atrás.

Tripulación, monitores y alumnos comparten espacio y silencio en la cubierta mientras el barco navega hacia Valencia, ya de vuelta. Finaliza un día intenso, en el que los alumnos han repetido las maniobras de fondeo en una parada en Formentera, que llevaban incluidas vigilar en proa no quedar varados en un banco de arena.  Antes los expedicionarios han arriado las velas cangrejeras izando el pico y la botavara a través de las drizas.

La arena fina y blanca y el agua transparente de la isla de S’Espalmador de Formentera, de tres kilómetros de largo, que en verano está atestada de turistas, y hoy está solitaria, ha sido el escenario perfecto para montar un pequeño pic-nic, un momento de esparcimiento en tierra que no lo ha sido del todo, ya que la expedición se ha dedicado durante un tiempo a recoger basuras y plásticos que había en la playa, y que nos han servido para llenar dos grandes bolsas.

Durante varios momentos de esta aventura han sido los propios alumnos los que han manejado el timón del barco, algo complicado ya que no dejan de ser 500 toneladas de peso. La tecnología ha permitido que en el puente de mando se maneje la dirección con un mini-joystick. La verdad es que hemos tenido suerte en encontrar buena mar y buen tiempo, lo que ha hecho sentirnos casi en primavera, y haber podido bañarnos en el Mediterráneo varias veces.

El viaje nocturno hacia Valencia ha sido el más movido de toda la travesía. Ya casi llegando a la capital del Turia prosiguen las maniobras de fondeo y se reparten los títulos del curso entre tripulación y monitores entre aplausos y vítores. Hay una sensación generalizada de que se ha pasado muy rápido, de que hemos sido unos privilegiados en vivir esta experiencia. Pero conociendo al equipo de España Rumbo al Sur nuevas aventuras no esperan.

SERAFÍN DE PIGAFETTA

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