EL SILENCIO INMENSO DEL DESIERTO
Decíamos ayer que los chavales afrontaban su primera noche en el desierto de Erg Cherbi, a apenas 35 kilómetros de la frontera con Argelia, custodiados por miles de estrellas, y con la sensación, muchos días después, de que volvían a dormir sobre una superficie que bien podría ser un colchón. Por lo menos, a estas alturas del viaje.
“Ha sido una pasada, si es que hasta podías hacer una almohada con la arena”, comentaba uno de los expedicionarios tras una noche mágica, en la que el amanecer brindó de un abanico inmenso de naranjas a la fina arena que tenemos bajo los pies, y que, en el horizonte, se extendía como olas en el mar.
Fue una noche sin frío, ni calor, con una amable brisa que precedió a un amanecer (6.30 horas) en el que el capitán de esta expedición al desierto, Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo, descalzo sobre la arena, dio una charla sobre las duras condiciones del desierto, y contó los adolescentes historias que les trasladaron a esas rutas caravaneras, en camello, que se realizaban en los siglos XIII, XIV o XV desde Tombuctú, la capital oficiosa de África, fundada por los tuaregs en 1.100, al Chad, a Tripoli o a la ciudad perdida Sybil Massa, otro de los núcleos urbanos de referencia.
Desde allí, durante semanas atravesando dunas en caravanas en fila india, afrontando temperaturas de más de 40 grados, los comerciantes trasladaban oro, sal o esclavos hacia los pueblos de la costa, de los que a cambio obtenían telas, oro, especias y materias primas. Viajes extremos que los chavales pudieron comprobar por sí mismos en la marcha vespertina hacia del desierto. No duró tanto, obviamente, una ínfima parte, pero sí lo suficiente para comprobar in situ la extrema dureza del terreno desértico.
Pero antes los jóvenes tuvieron más charlas de formación, sobre narrativa, debate, cooperación o periodismo, y pudieron solazarse, aunque solo fuera media hora, en una piscina de Merzouga, el pueblo al lado de las dunas. “Jope, tengo frío en medio del desierto”, le confesaba con sorpresa una expedicionaria a otra cuando llevaba un rato largo a remojo.
Cuando el sol ya se iba poniendo, España Rumbo al Sur emprendió de nuevo el viaje, pero esta vez hacia el corazón de este desierto, la que llaman Gran Duna, una suerte de montaña de arena inmensa rodeada de pequeños oasis. Fue una marcha dura, porque dependiendo de lo apelmazada que estaba la arena, el pie se te hundía. “Llevo arena por todos los lados”, era el comentario más repetido entre los aventureros sobre un momento en el que, en un juego de palabras, en vez de tener arena en la bota, los chavales tenían una bota en la arena.
Los expedicionarios hicieron una breve parte del trayecto en camello, algo que se agradecía pero que obligaba a los jóvenes a mantenerse alerta y sujetarse bien para soportar el vaivén de este animal mágico, que, como explicó Pablo Martos, el jefe del campamento, tiene tres extremidades en la pata, es decir, dos rodillas, lo que le permite amortiguar el paso sobre la arena y le convierte un animal único en el mundo.
Ya con la única luz de la luna, como si fuera un flexo enorme, se produjo un momento especial, de esos que la expedición entera recordará toda la vida, cuando Martos pidió a todos “absoluto silencio” mientras desafiaban las dunas, como hacían en esas rutas desde Tombuctú, “escuchando solo el sonido de nuestros pies, reflexionando sobre la vida, viviendo de verdad el momento”. Fue la orden de Martos más espiritual, sin duda, y la que se ejecutó más rápido. Viéndolo desde la distancia, se perfilan en negros sombríos los perfiles de los camellos, de las mochilas, de los jeeps. En algunos momentos, a lo lejos, se intuía la radio colgada del hombro del guía de la expedición, que iba buscando el mejor recorrido, el menos duro.
Una duna abierta, con forma de luna, pegada a esa gran montaña de arena que les contamos al principio, sirvió de escenario perfecto para acabar la noche, cenar un bocadillo y fruta. Todavía hubo tiempo para recibir una pasionate charla sobre derecho penal internacional impartida por el doctor en derecho internacional y profesor de Icade Alfredo Liñán y ver la película ‘Marchar o Morir’, protagonizada por Gene Hackman y un clásico imprescindible que verse la legión extranjera francesa en Marruecos. Y se preguntarán ustedes, ¿cómo se puede ver una película en el desierto improvisando un panel sobre un jeep?
Pues es virtud de la multidisciplinar Mar de la Quadra-Salcedo, hermana de Telmo, tan aventurera como él, historiadora avezada que aprovecha cada instante para divulgar conocimientos, ya sea a los niños, al equipo, o si hace falta a los autobuseros, y que además es la responsable del equipo de medios. Es de alguna forma la líder invisible que con su hermano y Martos conforman el tridente perfecto para liderar esta apasionante aventura que se va a acercando inexorable a su fin, con la sensación de que ha sido todo tan intenso, tan sorprendente, que no parece que llevemos recorriendo África diez días, sino diez meses.
SERAFIN de PIGAFETTA