CRÓNICA 6. LAS HERMANAS FRANCISCANAS DE MARIA , UN EJEMPLO
Por los pedregosos y empinados caminos hacia Tattouine, cerca de Midelt, una de las ciudades prósperas del sudeste marroquí, los expedicionarios van serpentenando bajo un sol de justicia. Atraviesan un puñado de casitas de adobe, se cruzan con varios nómadas bereberes con sus burros que están pastoreando rebaños de ovejas, y salen hacia las afueras, donde en el horizonte pespuntan las primeras colinas del Atlas que mañana recorrerán en la que seguramente sea la marcha más dura de la expedición.
El campamento se monta donde en ediciones anteriores, en la mitad del valle, al lado de una suerte de vergel gracias a un río cristalino que nace en los neveros de las montañas y en cuyas orillas los oriundos cultivan árboles frutales o patatas, entre otros alimentos. España Rumbo al Sur (ERS) y Tattouine son viejos conocidos. Cristina, la cocinera, saluda con efusividad a Shariff, uno de los vecinos más respetados del pueblo y el enlace de la expedición aquí. Un berebere auténtico. Cristina no sabe hablar francés, pero, cosas de la vida, a veces sólo con gesticular y decir palabras que puedan resultar comunes (familia, vida…) se entienden a la perfección. Y es que hay ocasiones en que sólo con hablar con el alma basta.
En 2009 los chavales de la expedición ayudaron a construir pequeñas presas que facilitaron el paso de los vehículos por la carretera, que cruza el río a las bravas, y posteriormente técnicos del Canal de Isabel II que acompañaban a ERS ayudaron a traer el agua de la montaña al centro del pueblo, a las casas, algo que supuso un salto cualitativo en las vidas de las gentes locales. Hasta entonces nunca la habían tenido pese a que desde principios de los 30 el agua canalizada por la colonia francesa sirvió para montar la segunda central eléctrica del país después de la de Casablanca.
Aquel año, en el 2009, se creó un vínculo muy especial entre la expedición y las Hermanas Franciscanas de María, que llevan muchos años repartiendo entre la población de la zona cariño, educación (enseñando a leer y a escribir) y salud (tienen dispensario y entre las hermanas hay una médico y una enfermera). Disponen además de un centro para atender a niños con discapacidad.
La madre Josefina, enfermera valenciana, lleva 44 años en Marruecos. Con 26 años eligió que su único «novio» iba a ser Dios, y tras realizar estudios sobre la lepra, «la enfermedad de la miseria», viajó a Marruecos, donde se ha dedicado a los demás todos y cada uno de los días de su vida. «Tengo muchos hijos de corazón», les cuenta a los aventureros, con ojos como platos, en una de las tres jaimas, fabricadas con pelo de cabra e instaladas en medio del valle para albergar las mochilas y el sueño de los chavales. Un burro rebuzna a lo lejos y parece como si se parara el tiempo para escuchar la experiencia de la misionera.
Hasta 20 años estuvo trabajando Josefina con leprosos en Casablanca, y luego en un pueblo cerca de Fez. A muchísimos de ellos consiguió salvar. De hecho, uno de ellos, relató la madre, «está a punto de jubilarse». Con las hermanas se educó y, lo más importante, sobrevivió, emigró a Francia, tuvo un trabajo digno y una familia. Una vida plena. «Gracias a la lepra soy lo que soy», le dijo hace poco a Josefina, que lleva años en Middelt curando el alma y el cuerpo de quien sea que busque su ayuda. «Les tomo la tensión, hago masajes, les abrazo, les corto las uñas..», cuenta en un relato que te congracia con la raza humana. Porque lo que ella más destaca de las personas que buscan su ayuda es precisamente su necesidad cariño, amor.
Por la tarde, tras una profusa pasta, con hidratos de carbono necesarios para contrarrestar el esfuerzo de estos días, los chavales recibieron talleres sobre supervivencia, cooperación y periodismo. Antes de cenar, el padre Jesús, lucense, y que acompaña a la expedición, ofició una misa voluntaria para los expedicionarios y equipo de ERS al ser domingo. Frisada la medianoche, los expedicionarios, ya con un sueño brutal a rastras, caían rendidos bajo un cielo estrellado donde cada dos por tres se veía una estrella fugaz. Ya muy lejos, como si hubiera sido hace muchos días, quedaba el madrugón en medio de un bosque de cedros impresionante, donde, por cierto, los monos no cometieron ningún hurto y fueron recompensados por los jóvenes, muchos de los cuales no habían tenido a ninguno tan cerca, con pan y fruta.
SERAFÍN DE PIGAFETTA