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Crónica Oficial 4.

La Isabela – Camino de los Hidalgos

“Viernes 14 de marzo de 1494. El Almirante salió del Río de las Cañas y a legua y media halló otro grande al que llamó Río del Oro, porque al pasarlo recogieron algunos granos de oro. Atravesado este río, con algún trabajo, llegó a un pueblo grande, del que mucha gente se había huido a los montes, y la mayor parte se hizo fuerte en las casas, cerrando las puertas con algunas cañas cruzadas, como si esto fuera una gran defensa para que nadie entrase, porque según su costumbre, nadie se ha de entrar, por una puerta que así se encuentra cerrada… el Almirante, el domingo 16 de marzo, pasada dicha montaña entró en la región del Cibao, hasta la cual había, que es áspera y peñascosa llena de pedregales cubierta de mucha hierba y bañada por muchos ríos en los que se halla oro… El Almirante, viendo que ya estaban a dieciocho leguas de La Isabela, y que la tierra que dejó a sus espaldas era toda muy quebrada, mandó que se fabricara un fuerte en un sitio muy risueño y seguro, al que llamó la fortaleza de Santo Tomás, a fin de que ésta dominase la tierra de las minas y fuese como refugio de los cristianos que anduviesen en ellas”. (COLON, F. Historia del Almirante Cristóbal Colón. P. 94).

Ciento treinta jóvenes, ocho mulas de carga y cuatro caballos, componen la expedición que pretende redescubrir la ruta que Colón hizo hacia el interior de la isla para encontrar las minas del Cibao y un valle fértil del que le habían hablado los indígenas. Hace 520 años, aproximadamente, una mañana de marzo salieron hacia el mismo lugar 374 personas, entre hidalgos y gentes de trabajo (y 14 jinetes) para recorrer el primer camino indo-hispánico del que se tiene constancia.

La idea era salir de La Isabela y llegar, tras una marcha de dos días, al lugar donde se construyó el fuerte de Santo Tomás. A eso de las diez de la mañana comenzó la marcha.

Rigoberto nos hace de guía. Va en una mula. Bajito, sonriente y callado nos ha mostrado la ruta de herradura hacia el paso de los hidalgos, que se encuentra en la cordillera septentrional, entre el Mamey y Guayacanes. Nos guía por un camino que bordea el río Unijica y en la última parte de la marcha se adentra en el lecho seco del río.

El camino transcurre si incidentes. Los jóvenes han descansado y aguantan el ritmo de marcha impuesto por Carlos Toro entre guayacanes, flamboyanes, y algunos árboles parecidos a los álamos en el cauce del río. A los 25 kilómetros llegamos a la localidad de Los Hidalgos, donde el alcalde nos recibe en la plaza y tras recordar que por ese lugar pasaron los hidalgos españoles, nos da la bienvenida en nombre de todos los munícipes y nos anima a disfrutar de la travesía. Tras el acto institucional, queda la última parte de la marcha, la ascensión hacía “El Ranchete”, ruta que asciende unos 600 metros, sembrada de pequeñas casitas, de madera o de bloques, pintadas con colores llamativos – azul, verde, rosa, amarillo, … – donde los habitantes nos saludan desde las puertas de sus casas. Algunos preguntan qué hacemos por allí y otros nos dicen que Colón no fue por ese camino, sino por uno cercano más antiguo. Hablan con una seguridad que parece que el Almirante hubiese pasado antes de ayer por la puerta de sus casas. Se les nota el orgullo al explicarnos donde estamos.

Tras 28 kilómetros de marcha, y coronar la loma de “El Ranchete”, hacemos noche donde consta que lo hizo la histórica expedición. Mario Gómez, gerente de un proyecto de ecoturismo nos recibe en la finca “La Protectora”. Simpático, afable y agradecido (pues la cooperación española le ha ayudado en su proyecto) nos permite montar el campamento en una espectacular cabaña volada sobre la ladera donde se divisa la planicie del Cibao.

Esa noche el cansancio hace mella en los expedicionarios. El amanecer nos ofrece una vista espectacular. Utilizo la crónica de Blanca, expedicionaria de Madrid, que me presta la grabación de su taller de radio para describir el momento: “Abres los ojos con voces de fondo, ladeas la cabeza para recibir el amanecer, con unos ojos quizás demasiado cansados, en seguida nos ponemos en marcha…”.

Continuamos por el desfiladero que discurre entre Las Lomas de El Ranchete y Arroyo de Agua, y comenzamos a descender la ladera. Los expedicionarios con algo de experiencia en el manejo de caballos y mulos se van alternando, de tal modo que la primera parte de la marcha se convierte en un cruce de experiencias y anécdotas (“ese mulo no me hacía caso”, “casi me tira”, “cuidado que patea”, “el caballo más bonito es el tordo”….).  Tras 15 kilómetros de marcha no conseguimos encontrar esas tierras fértiles de las que nos hablan las crónicas. El terreno se torna seco en la planicie y las acacias pueblan la llanura bajo un sol abrasador. Comienzan las dudas. El cansancio acumulado ralentiza la marcha. Poco antes de llegar a la localidad de “El Maizal”, el alcalde, que se ha enterado que pasaremos por delante de su finca, nos abre las puertas y nos permite descansar en su propia casa. Seguro que han visto las fotos de jóvenes desfallecidos sobre los sillones y las mecedoras de el alcalde.

La marcha se reanuda y tras pasar el pueblo de “El Maizal” cambia el paisaje. El verdor de los campos resulta casi cegador. Una fértil vega discurre por el valle entre plantaciones de arroz, cacao y frutales. Los picabueyes blancos buscan en los arrozales su alimento mientras la expedición sigue avanzando hacia el sur. Para salvar la crecida de un río, utilizamos a las mulas y caballos para que los expedicionarios lo crucen sin empaparse. Raquel, expedicionaria de Madrid, lo contaba así en su crónica radiofónica: A lomos de un caballo blanco, cruzo el agua, viendo el paisaje de la República Dominicana desde otra perspectiva.

La hipótesis de Telmo Aldaz es que el fuerte de Santo Tomás se encuentra en esa planicie. Desgraciadamente no se han descubierto restos arqueológicos de este, pero Mario, nuestro guía, insiste en que existe un promontorio en donde siempre se ha dicho que estuvo el fuerte. Si pasan por allí algún día y quieren identificar el lugar, está cerca del monumento conmemorativo de la batalla de La Barranquita (1926) donde los dominicanos lucharon contra las tropas estadounidenses durante la invasión, y los hicieron huir disparando a unas colmenas cercanas a los soldados norteamericanos. Utilizaron a las abejas autóctonas para ganar esa batalla.

Tras 32 kilómetros de marcha, damos por finalizada la expedición con el convencimiento de que hemos llegado al lugar donde se estableció el fuerte de Santo Tomás (aunque otras tesis lo sitúan un poco más al sur, en Janicó). Sea como fuere, la descripción del lugar coincide con la “Historia del Almirante Cristóbal Colón”, pues lo relata como “un sitio muy risueño y seguro, al que llamó la fortaleza de Santo Tomás, a fin de que ésta dominase la tierra de las minas y fuese como refugio de los cristianos que anduviesen en ellas”. Las rutas lógicas que hemos seguido,  nuestra experiencia sobre el terreno y las fuentes históricas avalan la tesis de que el Fuerte de Santo Tomás se encontraba en el lugar al que llegamos.

Para terminar, vuelvo a acudir a la ayuda de las crónicas de radio de los expedicionarios, pues ellos son los que mejor les pueden contar cómo se sintieron al concluir con éxito la Ruta de los Hidalgos.

Carla, expedicionaria de Granada transmite los sentimientos encontrados de culminar con éxito la marcha, con la dura realidad de los bateyes de haitianos que ha podido observar durante la ruta y lo cuenta del modo siguiente: Nada más al llegar al final de esa dura, pero a la vez emocionante caminata, he sentido una sensación placentera de superación mental y física. En la cual me he olvidado de todo el calor, esfuerzo y desesperación, sintiéndome la persona más feliz del mundo…

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