La luz de la luna llena me acompaña mientras rememoro un día lleno de pensamientos encontrados.
De nuevo un sol en un paisaje yermo, tan diferente a lo que estamos acostumbrados que no evito intentar grabar esta imagen en mis recuerdos. Sin embargo, apenas hay tiempo para fijarme en los millares de arbustos bajos, el infinito horizonte de piedra y la imponente figura de la segunda montaña más alta del Atlas. A pesar de ello, hay que recordar que esto también forma parte del desierto; desierto no significa únicamente salvajes dunas móviles en días sin lluvias, sino también un lugar donde solo se sobrepone aquel que vence toda dificultad.
Después de ellos, las horas de autobús hasta Nador, cuidad de tránsito hacia Melilla, sirven para darme cuenta de que los afortunados que hemos llegado aquí no hemos roto solo fronteras físicas sino que nos deshicimos un poco de nuestros prejuicios y miedos para aprender de los demás, abrirnos de manera que no hicimos hasta ahora.
Una vez alcanzado el destino, un tanto entre somnoliento y hambrientos, nos reciben hospitalariamente en el Centro Baraka, un lugar que tiene el objetivo de insertar a jóvenes de Nador en el mundo laboral.
A su vez, tres hermanas de distintas órdenes religiosas nos explican su labor en Marruecos. Sor Cristina, Guadalupe y la hermana Auxilio muestran cómo desinteresadamente aportan su tiempo para ayudar a promover sonrisas al cuidar de gente olvidada.
Se nos ha enseñado un edificio cercano, el lugar en el que están ‘los que nadie quieren’, nombre que se le dio en un principio por aceptar a ancianos con demencia, jóvenes autistas…
El tenso ambiente del principio, se desvanece en cuanto la calidez de aquella ‘gente olvidada’ nos inunda. Y es que detrás de cada uno se esconde una historia: un reconocido cocinero con problemas de visión y un hombre que se marchó pensando en el bien de su familia, entre otros muchos. Ahí es cuando las palabras de las hermanas se hacen presentes.
‘No podemos olvidar que son personas. Cualquier pequeño gesto es suficiente para mostrar cariño y dar felicidad’.
Estoy convencido de que a partir de hoy evitaré deshumanizar a las personas para intentar entenderlas y no caer en el error de dejarme llevar por la superficial opinión general.
Jorge Min Hui Zhou
Despertamos sobre las piedras, sobre la tierra, sobre el desierto.
Atravesamos el país entre cabezadas y juegos d autobús hasta llegar a la fronteriza Nador. Una ciudad de encuentros, una ciudad d paso. A medio camino entre África y Europa.
En la frontera más desigual del mundo, una valla separa los sueños de muchos de la realidad. En Nador nos recibe un grupo de monjas dedicadas al cuidado de los demás. Visitamos la casa de los que “nadie quiere”, un lugar al que van parar, por una razón u otra, ancianos o gente con algún tipo de trastorno mental.
Muchos no nos hablan, no nos miran. Nos esquivan. Afortunadamente conseguimos arrancar una sonrisa a algunos de ellos. Tras mostrarles algo de cariño, salimos a la calle. Ante nuestros ojos el mar, las luces, barbacoas, una feria. El mundo sigue girando.
Hoy ha sido un día de contrastes. Contrastes entre los que no tienen nada y los que lo tienen todo. Contraste entre África y Europa. Entre los que “nadie quiere” y los que pasean despreocupados por el camino de la costa viendo las luces.
Paco Rueda
Oímos la voz de Pablo Martos despertándonos. Esa voz que se ha convertido en la monótona alarma de cada día y que la única manera de apagarla es levantándose y poniéndose a hacer flexiones. Flexiones y más flexiones…1, 2, 3, 4…es lo único que oímos durante los primeros treinta minutos de nuestro día en Nador.
La brisa marina es lo que te ayuda a resistir e calor a lo largo del paseo marítimo mientras se intenta comprar, beber agua y regatear (malamente) a algunos.
Durante esas odiosas horas de espera en la frontera, somos testigos de cómo los marroquíes tratan de saltar la valla. Una vez en España, los melillenses nos han acogido tal y como si viviésemos aquí. Nos han recibido en el Ayuntamiento, donde había aire acondicionado (cosa que ha resultado inexistente durante dos semanas).
Cada día nos hacemos más cercanos, parecemos una familia unida en la que nos protegemos y ayudamos los unos a los otros. Solo espero que esta semana sea igual o mejor.
Clara Álvarez de Toledo