Gracias, Uganda; gracias, España Rumbo al Sur por cambiarme la vida
¿Cómo algo tan duro puede ser la mejor experiencia de mi vida? Os lo explico con un día en Uganda.
Comienza el día. Amanecer a orillas del rio Nilo con los bostezos de mis compañeros como melodía
matutina. Hacer mochilas y montar en el bus. Lo de todos los días, pero nunca sabemos el destino final.
Esta vez resulta ser el lago Albert con sus gentes y su pauerto, desde donde cogimos un ferry que nos permite contemplar una de las grandes maravillas de este país, sus inmensos lagos.
De vuelta al bus comienza a una experiencia diferente. Un parque natural de ésos que salen en las pelis donde, junto con los hipopótamos, jirafas y antílopes me he sentido libre y, sin pensarlo dos veces, me vuelto a dar cuenta de lo poco que deberían envidiarnos todas y cada una de las personas que aquí habitan, ¡si es que eres preciosa, Uganda!
Después de un día de pasar algo de hambre, por fin paramos en un pequeño pueblo en el que, al ritmo de la música ugandesa, saciamos nuestro apetito con un delicioso chapati.
Pero esto no es todo. La noche nos depara nuevas sorpresas y comienza un eclipse lunar que nos deja a todos con la boca abierta, finalizando la luna más roja y bonita que he visto en toda mi vida.
Y, por fin, hora de dormir, gracias a la comunidad de Santo Tomás que nos acoge. Tras un día agotador, nada nos hace tan felices como un trocito de césped en el que descansar.
Ojalá algún día encuentre las palabras para describir lo que estamos viviendo aquí, pero, hasta ese momento, he de conformarme con esto: Gracias Uganda y gracias España Rumbo al Sur por cambiarme la vida.
Clara Molina Osuna
———
Despertar a orillas del Nilo
Despertarse a las orillas del Nilo es algo que no se hace todos los días como tampoco traspasar el lago Albert desde Wanseko camino a Palymbur. Éstas son, entre otras, las aventuras que se viven en Uganda con España Rumbo al Sur.
El campamento se pone en marcha según sale el sol. Podemos disfrutar de uno de los amaneceres más espectaculares de todo el viaje. Una vez listos, partimos hacia el puerto donde compartimos las raciones militares a modo de desayuno, en lo que esperamos la llegada del ferry. Tras el agradable trayecto en barco, una vez en tierra, ponemos rumbo a la reserva natural de Murchison Falls. Ya desde el autocar vemos diferentes animales, entre ellos algunos que tanto habíamos esperado a conocer como los hipopótamos y los elefantes.
En la reserva natural, a pesar de no haber comido, disfrutamos explorando y descubriendo la más salvaje fauna y vegetación de Uganda. A la vuelta del safari, según cayó la noche, contemplamos el cielo estrellado en busca del eclipse lunar: otra de las grandes y únicas oportunidades que se nos han brindado inesperadamente durante el viaje.
En definitiva, un día largo e intenso que, más allá de la falta de comida y agua, me hace entender en profundidad la rica cultura ugandesa y reflexionar sobre la gran suerte que tengo como joven madrileña de poder vivir una experiencia tan especial que no solo cala tu lado más aventurero, sino también humano.
Paz García Belloso
———-
¿Un hipopótamo o un cocodrilo?
Todo país tiene su gente, que define su forma de ser y de actuar, y que lo hace único. No obstante, Uganda va un paso más allá. Además de tener unos ciudadanos únicos y carismáticos, la Perla de África destaca por su impresionante fauna.Durante mi undécimo día de expedición, pude disfrutar de esos inigualables animales en su hábitat natural y descubrir el otro gran tesoro de este país como es la auténtica sabana africana. Pero, ¿cómo llegué hasta ahí? La respuesta es extensa, pero sencilla.
Todo comenzó un día 27 de julio, cuando los expedicionarios nos levantamos con el ya legendario saludo de nuestro monitor Pablo Martos: «¡Buenos días!». Sin embargo, aquella vez fue diferente: no teníamos que ponernos ropa de deporte y salir a correr, sino que nuestra misión consistía en recoger nuestro campamento rápidamente, recibir una ración de desayuno militar (que no probábamos desde aquel fin de semana en Toledo) y subir apresuradamente al autobús.
Ya en el vehículo, unos cuantos resolvimos la duda que habíamos tenido por la noche: lo que había flotando en el río, ¿era un hipopótamo o un cocodrilo? Allí, con la vista de la luz sobre todo el campamento, pudimos apreciar que lo que se movía en el agua era… un alga. Lo que nos había dicho con antelación nuestro amigo Jorge, aún en las horas nocturnas del día 26, era cierto. Razonable, pero no queríamos creerlo.
En fin, tras una hora y media de viaje en los dos autobuses, los expedicionarios aparcamos en la orilla del Lago Alberto, donde pudimos observar la mañana de una comunidad local de pescadores, y, más importante todavía, hincar el diente a un maravilloso desayuno militar que sació bastante el apetito que teníamos todos.
Ya desayunados, los expedicionarios y el equipo de España Rumbo al Sur nos embarcamos en un pequeño ferry para cruzar de un lado a otro el gran lago. Todos los españoles ocupamos el piso de arriba del barco, mientras que los ugandeses se encontraban en la planta baja, donde estaban los lavabos.
Cuando me dio por bajar a aquel piso, pude ver con mis propios ojos la sociedad ugandesa, integrado completamente dentro de ella. Era el extraño, el único europeo que estaba en esa planta. Las miradas que clavaron los africanos sobre mí nunca se me borrarán de la mente. Ya no era un expedicionario de Rumbo al Sur más, sino que era el blanco, el único diferente, el centro de atención.
A continuación, cada uno salió del ferry y se metió en el vehículo que le tocaba. Fue entonces cuando llegó el momento. Desde el propio autobús, tuvimos la suerte de adentrarnos en el parque natural de Murchison Falls, un lugar increíblemente único y especial, donde pudimos ver animales como el elefante, la jirafa, el antílope o el suricato en su hábitat. Recibimos información por parte de un excelente guía, que nos instruyó sobre todo lo que estábamos viendo.
Todavía en el parque, algunos chicos pudimos hablar de un tema matador y horroroso para todos: la selectividad. Los chicos que vinieron de hacerla nos hablaron sobre cómo lidiar con ella y nos contaron varias anécdotas personales.
Tras horas y horas en la reserva sin bajar del bus ni comer, pudimos bajar a un pueblo donde el talentoso equipo de cocina de Rumbo al Sur nos preparó un improvisado bocadillo de caballa, que aplacó parte de nuestra hambre, con la que acabamos con totalidad con la comida local de diferentes puestos del pueblo. Yo tomé un refresco y el ya más que legendario chapati, tortita de harina típica de Uganda que tantas veces nos ha salvado la vida.
A mayores, observé un eclipse con algunos amigos llamado Luna de Sangre, que sucede cada mucho tiempo. Consiste en que la luna se tiñe completamente de rojo. En España no se puede ver en su totalidad, mientras que Uganda es uno de los países más afortunados para poder apreciarlo.
Finalmente, y tras mucho tiempo de viaje por senderos ugandeses, llegamos a un convento de combonianas, donde las monjas nos ofrecieron un lugar para dormir. No obstante, nosotros no descansamos en camas: lo hacemos en el exterior, con un saco de dormir, una esterilla y una mosquitera. Me gusta llamarlo el Estilo Rumbo al Sur.
La noche no terminó allí. Mientras todo el mundo estaba durmiendo apaciblemente, una tormenta tropical apareció de repente, sin haberlo esperando. Fue un susto tremendo: movimiento por todas partes. Cambiamos el campamento de lugar, bajo techo y a seguir durmiendo.
Yago Cabrera Pérez