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15º día Crónicas expedicionarios

África engancha, enamora y cambia a las personas

Toda gran aventura comienza con un punto de locura, pero cuando te enteras de que tienes la posibilidad de viajar 15 días a África te echas un poco para atrás. Aun así decidí seguir adelante y poner rumbo a Uganda.

Cuando comenzó el proyecto allá por mediados de febrero, la expedición quedaba muy lejos y, a lo largo del camino, me planteé varias veces tirar la toalla y abandonar el proyecto, pero había algo en mí que me decía que iba a merecer la pena. Y aquí estamos, a 30 de julio, recorriendo las carreteras de Uganda, a un día de acabar este maravilloso viaje.

Un viaje tan maravilloso y alucinante como duro. Ha habido momentos muy duros, días en los que comes muy poco, duermes menos y pasas frío. Pero, personalmente, el momento más duro ha sido la estancia en el campo de refugiados de Uganda que acoge a desplazados de Sudán del Sur, donde tan bien nos acogieron. Me rompía el corazón escuchar las terribles historias de estas personas, contadas con miedo, temor y lágrimas.

Este viaje ha marcado un antes y en un después en mi vida. Y no podría decir qué me ha marcado más: desde la alegría de los niños, su amabilidad e interés hasta los momentos más duros han provocado en mí un revoltijo de sentimientos. Todo me ha aportado algo nuevo y me ha hecho conocerme un poco más, conocer sentimientos de los que ni siquiera era consciente.

Las cosas difíciles que haces en la vida salen porque te empeñas en creer que eres capaz de hacerlas. Siempre fui negada para el inglés, además de tremendamente tímida. Pero aquí en Uganda me he animado a lanzarme a hablar y he tenido la oportunidad de compartir momentos con la gente maravillosa de aquí.

En estos 15 días me he dado cuenta de lo diferente que es la vida en Uganda y España. Es alucinante cómo los niños que menos tienen son los que más comparten o cómo ayudan a llenar garrafas de agua del pozo… Y, cuando te cansas de hacerlo tú mismo, corren a ayudarte. Es alucinante la ilusión de todos los estudiantes por ir al colegio, aprender y conocer nuevas cosas. Son momentos difíciles cuando un niño de apenas 15 años lamenta que no podrá estudiar lo que le gusta porque en su país no puede prepararse correctamente y que tampoco puede viajar a otros países porque no tiene dinero.

Antes de realizar este viaje, una persona me dijo: “Ten cuidado porque África engancha”. En esos momentos yo pensé que era una tontería, que era imposible que un país tan diferente al mío en todos los aspectos pudiese engancharme. Pero han bastado 15 días para darme cuenta de que con el paso de los días la hospitalidad de los locales me hacía olvidar que estaba a 8.000 kilómetros de casa, de la zona de confort, de los seres queridos, de todo aquello a lo que estoy acostumbrada.

Tras dos semanas en África tengo que admitir que la persona que me advirtió de que África engancha tenía razón. Así que, mamá, papá y hermano, os echo de menos y en breve os voy a volver a ver, pero desde ya os digo que me he enamorado de este continente y volveré de nuevo cuando sea posible. Sabéis que soy de ideas claras, así que, por el momento, el año que viene me tendréis de nuevo en este maravilloso lugar.

Sé que después de esto me vais a decir que se me ha ido la cabeza, que he perdido algún tornillo en este viaje, pero no es así. Este país al que temíais que viniese me ha cambiado y a España llega una Carmen diferente con otra manera de ver el mundo, pero, sobre todo, vuelve una persona más feliz.

El viaje ha durado 15 días pero la experiencia va a ser eterna.

Carmen Morales

Uganda acoge el primer partido entre España y refugiados de Sudán del sur

Ayer jugamos un partido de fútbol con los niños de Sudán del Sur establecidos en el campo de refugiados de Palabek, en Uganda. Cuando bajamos del autobús no vino a saludarnos tanta gente como suele ser habitual aquí. Los locales se juntaban en grupos y los niños, en lugar de darte la mano, se escondían detrás de sus hermanos mayores. Son las secuelas del miedo, tras haber huido de un país en guerra.

Nos sentamos en un lateral del campo para ver el partido en el que se enfrentaban los expedicionarios españoles y los jóvenes de Sudán. No había ni un solo hueco entre el público y, a pesar de que los niños eran a veces un poco tímidos, pronto todos comenzamos a animar y gritar a nuestros respectivos equipos.

Aun así, los niños se mostraban reservados y desconfiados. Su comportamiento, nos contaron los sacerdotes de Don Bosco que están a cargo de parte del asentamiento, se explica porque muchos están marcados por lo que han visto y vivido en Sudán del Sur.

Algunos se escondían, esquivaban la mirada e, incluso, los más pequeños, se echaban a llorar por miedo. Nunca habían visto a un blanco.

Por la noche, hicimos una hoguera alrededor de la que realizamos diferentes actividades con los muchachos de nuestra edad. Hubo un intercambio de canciones y bailes populares de nuestros países. Los suyos, por cierto, bastante más animados y complejos que los nuestros.

El tiempo que pasamos en Palabek me mostró cómo estas personas lo han perdido todo: su hogar, familia, amigos, seguridad y parte de su futuro. Eso es una cicatriz que queda para siempre. Sin embargo, son personas maravillosas y acogedoras y te demuestran que en cuanto les das un poco de cariño y tiempo para escuchar sus historias superan la barrera que han levantado para protegerse de los fantasmas de su pasado.

Ángela Vicente

Palabek nos abre los ojos: qué afortunados somos

El día de hoy está lleno de descubrimientos, reflexiones y lecciones. Para empezar ha caído el diluvio universal antes de asistir a la misa que estaba programada. Hemos ido descalzos para tener calzado seco. Esto nos hace darnos cuenta de lo difícil que es la vida en esas condiciones, ya que los ríos de barro se forman diariamente durante la temporada de lluvias en Uganda y se cuelan por las chabolas de adobe del asentamiento de Palabek (Uganda), administrado por ACNUR.

El padre David, originario de EEUU, ha sido el encargado de celebrar la eucaristía. Llegó a África en 1969 y he detectado que su expresión es melancólica, ligeramente confusa, pero alegre al mismo tiempo por recibirnos.

La eucaristía, traducida simultáneamente en varios idiomas, transcurrió entre gritos, bailes y tambores. La homilía explicó el evangelio con la metáfora de los panes y los peces. Durante el tiempo que hemos tenido para relacionarnos con los feligreses locales, una voluntaria ugandesa nos ha contado la situación que viven los refugiados. Su historia sobre cómo tuvieron que dejar todo y huir es estremecedora.

El 56% de la población de Palabek son mujeres y niños. Hay más de 30.000 niños menores de 12 años. La mayoría ha perdido familiares y muchos padres se quedaron atrás por diferentes motivos. Algunos no llegaron a la frontera; otros se quedaron para combatir.

La guerra que transcurre en Sudán es tribal y, por tanto, no cesará hasta que no les salga del corazón. Esto obliga a todos los refugiados a huir corriendo y reconstruir sus vidas desde cero, separados de sus familias. Debemos luchar por construir una paz duradera de modo que todos estos niños tengan acceso a un hogar estable y a la educación, porque “Education is self liberation”.

La labor de los salesianos en este lugar es realmente admirable. Conviven con los que perdieron la esperanza; les apoyan y ayudan a reconstruir sus vidas en su nueva realidad.

Los salesianos estaban entusiasmados con nuestra visita y organizaron un partido de fútbol entre los expedicionarios y los jóvenes de allí. El padre Arrasu, de origen indio, les dijo a los chicos que éramos de la selección española, de ahí sus rostros de sorpresa y estupefacción.

Los contrincantes eran, en general, más altos, rápidos y contaban con muchos más seguidores. Pero lo que más les diferencia de nosotros es su pasión y ganas de disfrutar, de olvidarse de sus problemas.

Al atardecer el sacerdote organizó una hoguera para pasar un buen rato y  facilitar que interactuásemos unos y otros jóvenes.

Por último, presentamos los proyectos de emprendimiento. Varios trataron el tema de la educación sexual y la higiene. Uno de los trabajos pretendía crear una aplicación que coordinase a todas las ONG para que trabajasen más unidas optimizando su esfuerzo y recursos.

Otro grupo diseñó Coopebike, un proyecto que consiste en reunir  bicicletas y distribuirlas a los niños para facilitarles el acceso a la escuela.

Pero el proyecto ganador era, sin duda, el que se lo merecía. La campaña consistía en desmitificar la imagen que tienen los africanos de Europa con el objetivo de rebajar las tasas de emigración. De esta manera buscarán nuevas alternativas de vida antes de tirarse al mar en una patera.

El día, en su conjunto, nos ha hecho redescubrir lo afortunados que somos por haber nacido en España y por tener todas las necesidades cubiertas. Nos queda mucho que aprender. Nos hemos concienciado de lo que realmente está ocurriendo en el mundo y lo poco que se muestra en los medios de comunicación. Los refugiados de Palabek se sienten olvidados y esa realidad debería cambiar.

Isabel Pardo de Santayana

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