Un viaje «espectacular»
Gritos, manteos, lágrimas. Las despedidas de España Rumbo al Sur siempre son similares, siempre con esa misma carga emocional. Tras dos semanas de vivencia durante 24 horas al día romper (momentáneamente) los anclajes de amistad forjados a base de alegrías y penas siempre cuesta. Cuesta mucho. Y es que de esta expedición saldrán amistades para toda la vida.
«Ha sido un viaje espectacular». «He aprendido muchísimo». «No voy a olvidar lo que ha vivido». Las frases se repiten entre los adolescentes, que viven el último día de aventura entre el cansancio, la melancolía y el bienestar de saber que en pocas horas estarán con sus padres. Con sus comodidades habituales. Pero algo habrá cambiado en ellos para siempre.
«La gente que viene a Rumbo al sur deja su comodidad, el querer venir a África y estar todo el año trabajando para esto ya es un primer paso. Y no vienen a hacer turismo, vienen a dormir en el suelo, a ver, a aprender, a aprovechar la experiencia, a ayudar, son gente que está hecha de otra pasta y que merece la pena y tras esta experiencia enriquecedora a tantos niveles mucho más», señala el director de la expedición, Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo.
Mucho han sufrido los jóvenes con los largos viajes en el autobús, las caminatas, pero sobre todo con los madrugones a las 6.45 para hacer ejercicio físico, dando igual en qué escenario se estaba. Una paliza a correr, a flexiones, a estiramientos que ha provocado que los expedicionarios vuelvan a Madrid en plena forma. Por mucho que odien al ejecutor de semejante ‘castigo’, el jefe de campamento, Pablo Martos, hoy, al despedirse de él la mitad del grupo, no se han reprimido y han comenzado a corear su nombre. Otro clásico de la expedición. Los adolescentes saben que les ha hecho sufrir y en muchos casos les ha enseñado a sufrir. Y lo agradecen.
Tras curzar la capital, Kampala, por la mañana, una ciudad caótica, con un tráfico imprevisible y donde sorprendió ver numerosas mezquitas, fruto de la cada vez mayor influencia del Islam en los países de la África negra, la expedición ha vuelto al borde del lago Victoria en Entebbe, donde muchos se han dado el último baño antes de la vuelta.
A mediatarde se dividió el grupo. Mientras los que cogían el primer vuelo se mantenían en el campamento, el resto acudía a visitar el proyecto Malayaka, que empezó hace 13 años de la mano de un estadounidense, Robert, y en la que colabora desde hace seis años su pareja, Beatriz, española. El centro, muy cuidado, ha dado un hogar y educación a más de 40 niños huérfanos. «Desde que vienen aquí tienen una nueva familia, y algunos han podido llegar a la universidad», explicaba Bea antes de comenzar a preparar pizzas con los 60 expedicionarios que saldrán esta madrugada.
El resto se encuentra ahora mismo a punto de embarcar camino de Bruselas para luego tomar otro avión a Madrid. Entre los expedicionarios se preguntan qué van a comer al llegar a España. Unos que sí carne con patatas fritas, otros que si Nutella, otros que unas lentejas y muchos que una hamburguesa. El embarque, con muchos bultos, es más largo de la cuenta, pero ya estamos más cerca de España.
SERAFÍN DE PIGAFETTA
Cronista oficial.