Miradas y sonrisas
Para mi padre:
Cierra los ojos, respira y despeja la mente. Quiero que imagines conmigo para que así puedas visualizar lo que yo veo desde mi ventana polvorienta del bus.
Imagina un paisaje africano, en especial uno de la sabana, con sus tierras de color ocre, flora seca y cielo azul. No pierdas la concentración y crea en tu mente una explanada cuadriculada por sucios caminos de polvo rojizo repletos de piedrecitas y por algún que otro matorral que aporta motas verdes y amarillas al escenario. En cada cuadrado de este terreno, una choza de paredes de adobe seco y techo de astillas, paja y cuerda. Ahora coloca una casa como la anterior en cada porción de este pueblo en construcción.
A continuación, en el centro de todo, un edificio de cemento con tejado de chapa roja, vidrieras de colores vivos y puertas de madera abiertas de las cuales se escapan voces prodigiosas y movimientos majestuosos. Deberías haber llegado a la conclusión de que el humilde lugar que te estoy describiendo es la sencilla iglesia de nuestro poblado.
Muy bien, para aumentar la verosimilitud de mis pensamientos, quiero que añadas a nuestro pueblo, árboles esbeltos de largas ramas y frondoso follaje. A sus pies, atadas a sus troncos, pequeñas cabras que sirven de mascota y entretenimiento para los más pequeños. Aunque en este poblado predominen las cabras también me gustaría que sumases a esta flora africana unas cuantas gallinas, vacas y muchos insectos, en especial mosquitos.
Una vez que ya tenemos las edificaciones, fauna y flora, toca imaginar lo más importante de todo: el alma. Diría que el alma de nuestro poblado es su gente. Decenas de rostros de piel oscura y reseca, cuerpos delgados vestidos por prendas andrajosas. Pero lo que siempre verás en la gente de un pueblo de Uganda, sea real o imaginario, serán las miradas relucientes de vida y las sonrisas amplias de todos los niños que vienen a recibirte en la entrada de cada poblado.
Miradas con sus ojillos oscuros y dándote su mejor sonrisa.
Luis Sánchez Senís
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Dios
Dios no es un hombre blanco con barba de sabio y una melena castaña,
Dios está aquí, en Uganda, lo he visto.
Mide medio metro y corre descalzo por la calle entre la basura.
Tiene la piel oscura, reseca y las uñas destrozadas.
Dios duerme en un establo entre cabras y gallinas.
Él tiene la puerta del paraíso en la sonrisa y el cielo en la mirada .
Y cuando baila te transmite la paz que llevas buscando toda la vida.
Isabel Aratiñano
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Hoy me han abierto los ojos
A veces pienso que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos y, desgraciadamente, esta frase se hace realidad muy a menudo. Y cuando ésta se hace presente en nuestras vidas, lo habitual es que nos quejemos o que la tristeza nos invada.
Sin embargo, hoy me han abierto los ojos. Cuando entramos en las habitaciones del hospital St Anthony, vi a la gente encamada con una mosquitera perfectamente doblada y colgando encima de ellos.
Pero al observar un poco más la habitación, me llevé una mala impresión. Había una especie de colmenas colgando con avispas tan grandes como pulgares. Y estaban ahí, conviviendo con los pacientes.
Eso no fue lo único que me llamó la atención. No oí a ningún enfermo, entre los que menudeaban los infectados por la malaria, quejarse de su situación y, aunque mi visita no durara más de media hora, me dio que pensar.
En este centro, pese a las camas estrechas, las mosquiteras que tratan de proteger contra la malaria a veces sin éxito y la falta de medios que deriva en una higiene precaria, los pacientes, al verte, saludan con una sonrisa que deslumbra.
Cuánto nos falta por aprender.
Antonio Muñoz Maldonado