Crónica 12. Día 1 agosto.

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Primera luz del día, aún no se despierta el campamento pero algunos expedicionarios ya se revuelven en sus sacos. El canto persistente de un pájaro bobo acompaña a la coral de cremalleras de los sacos. Huele a naturaleza salvaje, estamos rodeados de arbustos y árboles endémicos como el cambrón o el mangle botón, también el guayacán, cuya madera fue muy apreciada para la construcción de naves dada su dureza.

La suave caricia de una casi inexistente ola lame la orilla de arena blanca con un rumor repetitivo. La temperatura es cálida pero el leve viento la suaviza y reduce la continua sensación de humedad.

Aún se recorta un cuarto de luna menguante en pleno cenit sobre nuestras cabezas, mientras el sol comienza a penetrar entre la dispersa arboleda que jalona el camino de entrada a las instalaciones del Museo Arqueológico de La Isabela. 

Cuando pensamos por un momento en el lugar cargado de historia en el que hemos pernoctado y donde pasaremos la jornada de hoy, logramos imaginar las sensaciones vividas por aquellos que llegaron por vez primera a estas tierras. Y esto es justamente lo que también han sentido los expedicionarios con la actividad de prospección de este terreno al que acaban de llegar. Han de estudiar la orografía, hacer un mapa de la zona, investigar y clasificar la flora y fauna autóctona, tanto terrestre como marina, detectar los peligros y bondades del lugar. De hecho, es justo lo que hizo el almirante Colón con su tripulación para decidir que esta bahía de La Isabela era el lugar adecuado para establecer la primera ciudad creada por España en el Nuevo Mundo.

Las tres primeras horas del día se consumieron con los grupos dispersos por los alrededores de nuestro campamento, reconociendo el terreno y tomando notas de lo que iban encontrando. Antes de la cena, cada grupo realiza la presentación de su trabajo de análisis. Los integrantes de esta edición vuelven a demostrar el gran nivel de formación y de creatividad que tienen. Algunos de los mapas elaborados bien podrían servir para hacerse una idea muy proporcionada de la zona.

Hay personas que resultan ser todo un descubrimiento. Adolfo López Belando es una de ellas. Es mucho más de lo que dice su tarjeta de visita y ha sido, a lo largo de su vida, mucho más que un simple arqueólogo y guía experto en La Isabela. La pasión con la que cuenta cada detalle y su basto conocimiento de las ruinas que visitamos, hacen que dejemos de lado el intenso calor que transmite el sol perpendicular y nos sumergimos en su explicación erudita.

Hemos tenido la inmensa suerte de que nos guíe en el Museo La Isabela, narrándonos las circunstancias en las que se fraguaron los viajes colombinos, cómo se desarrollaron y el resultado de los mismos como primer paso hacia la globalización que tan presente tenemos cinco siglos después.

Posteriormente nos ha mostrado las ruinas de la ciudad con tanto lujo de detalle, que era fácil imaginar a Cristóbal Colón eligiendo el promontorio donde se construyó La Isabela, con la idea de defenderla de los portugueses más que de los indígenas. Construyó una muralla cuya planta queda a la vista. La base de una torre marca la manga de agua donde se construyó el primer astillero del Nuevo Mundo.

Adolfo continúa dibujándonos la ciudad con las ruinas de la mayor Alhóndiga (almacén real) construida fuera de los grandes puertos españoles. Tenía dos pisos y estaba soportado por columnas de piedra y suelo de madera. Colón tenía guardado aquí todo lo que trajo de España (aceite, harina, etc.) que después distribuía o vendía entre los nobles castellanos que habitaban la ciudad.

Es una auténtica pena saber que estas ruinas podrían estar mucho mejor conservadas, de no haber sido porque en los años 40 y ante la inminente visita de los próceres de la patria, el dictador Trujillo mandara limpiar toda la Alhóndiga, lo que fue interpretado erróneamente como una demolición con maquinaria pesada.

La descripción pormenorizada del resto de la ciudadela en ruinas, nos muestra la imagen del primer hospital que también pudo servir de polvorín en otra época, de la primera iglesia construida en América por los españoles, en la que se dio la primera misa con asistencia de indígenas que aceptaban los nuevos cultos religiosos. Muchas primeras construcciones y única casa que se conserva del almirante Colón. Ubicada en una esquina de la planicie al borde del acantilado. Rodeada de una muralla y con una torre adosada a la vivienda para poder defenderse.

La cantera. Tras un breve paseo que nos adentra en el bosque bajo que va paralelo a la línea de playa, Adolfo nos narra, sentado sobre una gran piedra caliza en forma de cubo, un sillar a medio cortar, como todo este farallón es de caliza Isabela. Cada bloque puede pesar entre 200 y 300 kg.

El sillar a medio cortar se quedó ahí en el momento en que se da la orden de trasladar la ciudad a Santo Domingo.

Árboles. Además de arqueólogo, Adolfo es un buen naturalista y nos habla de los árboles más comunes en la zona y algunos de los que nos rodean en ese momento. El cambron y mangle botón (crece sobre la roca) mangle blanco que tiene corteza claras, mangle rojo que crece en el agua del mar. Entre sus raíces se refugian los alevines de peces de muchas especies que se mantienen gracias a esas raíces y esos peces mantienen los arrecifes de coral y gracias a eso se mantienen los peces de aguas interiores. Así, comprobamos que sin el manglar, sería imposible conservar el equilibrio medioambiental.

Con semejante cantidad de información, las inquietas mentes de los expedicionarios generan multitud de preguntas sobre arqueología, botánica, historia, navegación, etc.

Pocas veces un ponente ha generado tantas preguntas respecto a tantos temas. Mil gracias Adolfo.

Sería una pena y, casi un delito, no aprovechar la magnífica playa que caía a los pies de los restos de La Isabela. Todo el mundo al agua. Tibia. Casi transparente. Allá donde querríamos estar cualqueira de nosotros.

La agotadora mañana aconsejaba que los contenidos del programa académico para por la tarde, fueran de lo más entretenido. Se generan tres grupos para rotar por tres actividades.

1- Bailes dominicanos

2- Navegación

3- Supervivencia y montaje de vivac

1- Bailes dominicanos. Alba es la monitora encargada de que los expedicionarios aprendan dos de las danzas típicas de esta nación dominicana.

El merengue y la bachata son los principales ritmos dominicanos. Tienen orígenes africanos, americanos y españoles. Música con mucha percusión, con mucho movimiento por su origen africano, pero con la postura base de bailes españoles y europeos.

Una persona toma el mando y otra se deja llevar.

2- Navegación. Diego Riestra. 

Con pocos medios técnicos y mucha imaginación ha hecho que los expedicionarios casi sientan el aire en la cara y el peligro de la botavara rozando sus cabezas. Conseguir mantener la atención de los alumnos en estas condiciones no es fácil, pero ya hemos comprobado que tampoco imposible. Nociones de navegación, entender el viento y de seguridad, lo más importante.

3- Supervivencia y montaje de vivac. Roberto G. Calderón y Victor Cabrera

Preparamos a los expedicionarios para poder afrontar cualquier circunstancia de peligro en la naturaleza. Tan importante es salvar situaciones de peligro imprevisto como preparar el lugar donde pernoctar en una naturaleza no siempre amable.

En este taller los expedicionarios aprenden técnicas de supervivencia para ser autónomos y salvar la vida ante situaciones críticas.

El agotador día que hemos vivido nos deja a todos exhaustos. También expectantes ante lo que nos queda de viaje, que empieza a no ser mucho. Como los primeros días, tenemos el síndrome de no me quiero perder nada, pero esta vez con mucho más sueño e infinitas menos fuerzas.

Carlos Toro Moreno.
Cronista Oficial ERS 2021

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