Crónica 5. 24 de julio

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Playa Bahía de las Águilas. 24 de julio de 2021

República Dominicana es probablemente el país con la mayor influencia africana de América, y sin embargo no es posible aislarla. La llegada de africanos se remonta al siglo XVI, pero se mantiene durante décadas de forma continua. En Santo Domingo la hibridación de razas se produce de manera ininterrumpida como en ningún otro lugar en el mundo: indígenas taínos, europeos y africanos se entremezclan desde el primer momento, y esa hibridación impregna hoy todo lo que hacen. Si intentamos aislar las costumbres africanas, como haríamos con otras comunidades, fracasaremos en Santo Domingo. Está en todas partes.

Todo esto me lo cuenta Malamine. Malamine es un intelectual senegalés originario de San Luis que ejerce de profesor en la universidad de Dakar. Es doctor por la Universidad Complutense de Madrid y por la de Dakar. Habla cuatro idiomas y su español es extraordinariamente culto. Malamine es también príncipe heredero de una dinastía de doscientos años en San Luis.

La conferencia de Malamine tiene algo de trascendental. Su silueta se recorta frente al mar de Las Antillas mientras gesticula con un estilo que respira ritmos africanos. Quinientos años después vuelve al mismo mar que vieron sus antepasados, los primeros africanos de América, para hablarnos de la cultura africana, de la negritud. De cómo los movimientos de los años veinte en Harlem y posteriormente los que se producen en Martinica en 1935 rescatan la esencia de la cultura africana. Reivindican el derecho a la diferencia y recuperan la dignidad en una época en las que se extendía, entre los propios negros, un sentimiento de inferioridad tras años de abusos y de esclavitud. Las ordenes que dan los Reyes Católicos de igualdad y respeto a la población indígena con prohibición expresa de la esclavitud tuvieron que esperar casi cuatrocientos años para ver la luz en los vecinos del norte del continente.

Ayer montamos el campamento ya de noche cerrada. Esta mañana, a las seis y media, Telmo ha sustituido el habitual toque de diana por el Ave María Guaraní. Según íbamos abriendo los ojos al son de los compases de Morricone, se nos paraba la respiración ante el espectáculo de la Bahía de las Águilas con las primeras luces del día. El campamento se ha puesto en marcha despacio, en silencio, sin romper la magia del momento. Algunos se han acercado al borde del agua, otros miraban el amanecer desde el saco, hemos visto algunos abrazos y muchas miradas empañadas.

La Bahía de las Águilas forma parte del parque nacional de Jaragua. Aquí encontramos, entre otras cosas, una de las mayores reservas de tortugas marinas del planeta. A estas playas siguen llegando, años tras año, fieles a un instinto ancestral, cientos de tortugas que depositan en la arena su razón de existir. Dos meses después se produce el milagro. Cincuenta huevos por nido intentarán atravesar los diez metros que les separan del agua. Sólo cinco sobrevivirán.

Todo esto nos lo cuenta Ignancio Hernández Félix, responsable del parque. Lo que no esperábamos es que, después de tumbarse en la arena a unos pocos metros, y tras unos minutos de excavar, pudiera rescatar tres crías vivas de tortuga Tingal, la más grande de las que habitan estas aguas. Ignacio ha guiado a la expedición en una ruta por la playa tratando de descubrir nuevos nidos. Nadie soñaba haber podido ver una procesión de treinta tortugas que han equivocado la hora de salida. Si no hubieran sido rescatadas habrían muerto abrasadas por el sol antes de alcanzar la meta.

El resto de la jornada ha transcurrido entre baños, deporte, pesca y programa académico.  Nos vamos durmiendo despacio, como amanecimos, mecidos por el ruido de las olas y por los reflejos de la luna. Mañana quizá tengamos otro amanecer de música y mar.

Eduardo Martínez de Ubago de Liñán
Cronista Oficial ERS 2021

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