¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy? Mis párpados todavía cubren mis ojos y mi cuerpo aún yace en un profundo descanso, sin embargo, como de costumbre, mi mente ha empezado a maquinar antes de lo que me gustaría. En ese momento en que el sol empieza a elevarse, y el sueño y la realidad se enfrentan entre sí para conquistar mi cuerpo, suelo hacerme esa clase de preguntas. No os mentiré, en la mayoría de los casos no encuentro respuestas, o al menos ninguna con la que quede satisfecha. Lo curioso de todo esto es que, después de varios años con las mismas dudas constantemente, la luz que ilumina el túnel oscuro de mis inquietudes ha comenzado a brillar precisamente aquí, en mis despertares en “ España Rumbo al Sur”.
Mis sentidos van cobrando vida lentamente. Ahora puedo sentir como una suave brisa acaricia mi rostro y, al entreabrir mis ojos, observo un cielo profundamente azul con nubes irregulares que se agrupan en el horizonte. Al mismo tiempo, oigo el canto de los pájaros haciéndole los coros a la voz de Pablo Martos, que se ha convertido en mi despertador habitual.
Dicen que el cerebro humano tiende a borrar del recuerdo los momentos duros o dolorosos como mecanismo de autodefensa, por otro lado, guarda con especial interés aquéllos que nos dejaron un sabor de boca dulce y placentero. De este modo, mi cabeza estará bien ocupada durante varios días en buscar un espacio adecuado a la gran cantidad de imágenes mentales, sentimientos y emociones que este viaje me ha aportado. En “España Rumbo al Sur”, he vuelto a mi infancia para recordar la forma primitiva de comunicarse, de hacer amigos; he llevado mi cuerpo y mi mente hasta límites extremos que me han enseñado lo lejano que es lo ‘imposible’; la magnífica sensación que sigue al esfuerzo es algo que ahora conozco y disfruto; he sincronizado todos mis sentidos con el mundo árabe marroquí, me he sentido envuelta completamente por su cultura, su aroma a especias, sus sonrisas torcidas, sus negras pero transparentes miradas y su humildad. He visto al amor saltar los muros que separan las diferencias religiosas, y a la fe llenar a todos los corazones por igual. Tengo una nueva colección de paisajes y retratos, encabezados por un sol ardiente, que se desentierra despacio de entre las crestas del desierto y culminada por una orilla maquillada por un crepúsculo anaranjado en Doñana. He repartido sonrisas, compartido ganas de conocer y he intentado extraer la esencia de cada instante para hacerlo eterno. No obstante, lo que hace especiales y únicos a todos mis recuerdos es la inmejorable compañía de personas aventureras, entregadas a los demás y, sobre todo, con mucho que ofrecer y dispuestas a recibir. No podrían salir de mí más que palabras de agradecimiento hacia el personal de organización y del cuerpo de bomberos, el equipo médico, el de cocina y el de material, todos aquellos que nos acompañaron y nos mostraron sus conocimientos y, por supuesto a los rumberos y monitores.
¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy? Hoy, es mi primer amanecer fuera de “España Rumbo al Sur” y mi cuerpo se retuerce, como si buscase la rigidez de la esterilla entre los muelles de mi colchón. Las mismas preguntas de siempre se repiten en mi cabeza, pero hay algo en ellas que no me resulta familiar: ya no son dudas vacías. Ahora sé quién soy: una joven activa, con inquietudes, ansiosa de respuestas, atraída por lo desconocido. Me mueve la curiosidad y no temo a lo diferente. Me encantan las sonrisas en rostros ajenos, pues la felicidad es como el arcoíris, nunca la verás en tu propia casa, sino en la del vecino. En cuanto a la segunda pregunta, no sé cuál es mi destino, pero sí qué camino tomar: el camino que esta experiencia me ha enseñado, el sendero de lo incomprendido. Me moveré allí donde me necesiten, siempre guiada por una brújula que me indique el rumbo al sur para no olvidar nunca aquello que dio sentido a mis idas y venidas, que colmó de respuestas mis pensamientos, que me embarcó en el viaje que dará un giro brusco a mis actos y decisiones. “España Rumbo al Sur” ha marcado el inicio de mi nueva vida. Puede que muchos no comprendan el ‘por qué’ de mis cambios pero como bien dice mi escritor favorito: “El sordo siempre cree que los que bailan están locos.”
María Guevara Perea
Expedicionaria ERS 2015
Oásis
Se estira un amanecer dorado.
A racimos cae la luna del Maghreb,
Desvistiendo de azul el cielo.
Mamá Áfrika enciende su llamada.
Los párpados se elevan.
Los ojos brillan.
Áfrika recién nacida
Descubre su torso pajizo.
Galopan sus manos
La piel de los tambores.
Áfrika respira, contemplativa, danza.
Con boca de mujer
Sume al horizonte
En un complejo lenguaje de montañas.
Sol padre,
Gobierna tu cresta el indómito desierto,
Navegan tus crines los mares de dunas.
Llueves, torrencial, sobre el rico continente.
Áfrika.
Hoy se disfraza de arena la llanura,
Extensa cavidad de océanos secos,
Sinuosas curvas.
Como gaviotas de polvo
Ondean las dunas a nuestro paso.
Huellas caducas del viento verdugo.
La arena líquida termina
Donde comienza la punta de nuestros dedos,
Al filo de nuestros pies
Empieza el agua. El Oasis.
Con una sola piel, una mirada clara,
Trazamos el final del desierto, los rumberos.
Sáhara.
A pedazos muere el día
Entre rojizas franjas.
Prende fresca la noche,
Eterna nocturnidad poblada de siluetas.
Camello y humano marchan, infranqueables,
A leves susurros,
Atacando la lejanía,
Socavando un camino inexistente,
Arribando a la última frontera.
El Oasis.
De nuevo suenan los tambores.
Recorren las dunas los ecos lejanos.
Encendidos, relampaguean los corazones rumberos
En su roja marea de sangre explosiva.
Enfermos de música, enajenados, abstractos.
Envueltos por un último rito
De sombras alargadas.
Una manada de gargantas abiertas
Fragmenta el opaco silencio bereber
Aullando a la luna blanca.
El ritmo domina las manos.
Las lenguas lanzan afilados gritos al cielo,
Bebemos Maghreb a grandes sorbos.
Galopamos a cientos la piel
De los tambores.
Redoblamos incesantes golpes de arena
En cuerpos de alcornoque.
Arrecia la tormenta de ritmos.
Impacta efervescente, cesa, calla.
Ahora nos cruza un sueño transversal.
Cae a racimos la noche.
Áfrika duerme.
Saúl Flores Martínez.
Expedicionario ERS 2015
Candela de la Cruz.
«Crónica de un viaje inacabado»
Varios días han pasado desde que esta increíble aventura tocó su fin. Ya en Madrid, mis ojos se cierran y mi mente -en un acto automático- se transporta a todos aquellos lugares en los que jamás soñé estar. No por mera falta de inquietud, sino por la gran certeza de que jamás podría haber estado allí.
He estado en los paisajes más espectaculares que la tierra puede brindar al hombre. He visto cómo el sol nace de entre las entrañas de las dunas de Merzouga o cómo la luna, con su blanca luz, perfilaba las perfectas siluetas del Erg Chebbi. También he dormido al resguardo de haimas bereberes, acunado por el intenso manto de estrellas del Atlas. He bebido agua fresca y potable de un río, cuando todo lo que me rondaba era piedra, arena y soledad. He andado horas interminables, llegando a parajes donde la grandeza de la naturaleza abruma y te hace sentir totalmente insignificante. Donde te percatas de que no somos nada, y nos creemos todo. Donde sabes que el trepidante ritmo de vida actual no lleva a puerto seguro, y en donde la gente es realmente -y digo realmente- feliz, sin pretender alcanzar la vida occidental.
África me ha devuelto mis primitivos sentidos. Todavía siento el polvo de los caminos marroquíes. Cómo inundaba mi nariz y secaba la garganta. Aún percibo el fuerte olor de la carne colgada en los mercados de Ruaddi, toda ella poblada de moscas. O el peculiar aroma de todas las especies allí dispuestas en pequeñas dunas, para deleitarse con el gusto y la vista. La paciente sonrisa de Shariff acude a mi mente, al igual que todas aquellas, que sin hablar, transmitían más que cualquier papel escrito. El humeante té moruno con hierbabuena se guarda en un cajón de mi cabeza, a la espera de volver a abrirlo en algún momento de mi vida.
Muchas son las imágenes que me acechan. La rojez y verdor de las sandías, los coloridos e interminables turbantes bereberes, la labor de los peleteros en Fez, los ojos nobles de los elegantes camellos, o la pureza de todas y cada una de las monjas que allí ayudan. También las desdentadas, negras, pero alegres sonrisas marroquíes, transmisoras de una plenitud rebosante. El forraje verde transportado por pequeños burros o el bullicio atosigante del Zoco de Tetuán. El atardecer en Jaffar o las celosías de henna, dibujadas en manos femeninas. La grandiosa haima del oasis inunda mi mente, llena de telas de todos los colores imaginables, a pies de la Gran Duna.
He estado en los paisajes más espectaculares que la tierra puede brindar al hombre. Sin embargo, nada de ello valdría la pena, ni tendría el mismo valor, de no haber sido por las espléndidas personas que en todos y cada uno de esos momentos, han estado acompañándome. Todos y cada uno de nosotros emigró de su vida rutinaria, para poner rumbo a lo desconocido, huyendo de la comodidad, en busca de experiencias nuevas, asombrosas y límite. Todos nos adentramos en esta preciosa locura llamada ‘España Rumbo al Sur’, donde la improvisación y la aventura son los aderezos perfectos para conocer, no solo los rincones más recónditos de África, sino los propios. Hasta dónde llegamos, quiénes somos y quiénes fuimos. A dónde vamos o cuál es nuestro verdadero rumbo.
El poder de este continente no solo radica en su potencia sensorial. Permite explorarse a uno mismo de este a oeste. De norte a sur. Quizá por esa razón nuestras botas pusieron rumbo a África. Para descubrir el verdadero significado de un abrazo cuando más se requiere. De una mirada cuando se está ausente. De una sustentadora caricia que no supera la frontera de la amistad. De una noche sobre esterilla y saco con la mejor compañía. De carcajadas que cortan la respiración para hacer a uno, sentirse vivo. Para hallar el verdadero significado de saberte completamente feliz, con unos pantalones que no se han cambiado en veinte días, un poto mugriento, y una mezcla entre cansancio y sueño, difícil de colmar.
Quizá pusimos rumbo al sur para recordar todo esto, después de un viaje. Un viaje que no finalizó, -solo comenzó- ,el siete de agosto que llegamos a Madrid. Un viaje que ha liberado a todos sus integrantes, para aplicar en sus vidas, lo aprendido en los intramuros africanos. Gracias ‘Rumbo al Sur’ por haberme hecho sentir grande y pequeño, fuerte y vulnerable, acompañado y solitario. Sereno e irritado, jubiloso y taciturno. Por sacar lo mejor y lo peor de mí, todo ello, a la misma vez.
Gracias ‘Rumbo al Sur’. Gracias por haberme resumido la vida, en tan solo un viaje.
Aitor Gómez
Equipo de Logística y material de ERS.