Crónica Hannah Kim Rosales

Es curioso cómo aquí, perdida la noción del tiempo, las horas pasan de forma distinta, y los días son pequeñas vidas.
Fue solo ayer, al amanecer con la marcha de las Valkirias y canciones tradicionales españolas, pensé en mi abuelo, que se las habría sabido todas. Entonces me inundó una ola de nostalgia de casa, de mi familia y de España. Esa mañana fue dura, entre horas libres sin saber muy bien qué hacer, con tiempo para reflexionar y merodear.

Pero fue justamente gracias a esas horas de menos ánimo, e incluso de tristeza, que me di cuenta de la belleza que me rodeaba. De la vegetación y los paisajes hermosos y verdes profundos del mágico Portobelo; de sus ruinas que albergaban flora y fauna milenaria; de esa paz que emanaba el mar Pacífico, por donde siglos antes habían navegado nuestros antepasados, descubriendo por primera vez las tierras del » Nuevo mundo».

Ha sido en este maravilloso pueblo, repleto de gente acogedora, de ruinas mágicas y de tradiciones que se remontan al tiempo de la esclavitud, como la cultura congo, con quien compartimos unos momentos de bailes tradicionales y un mensaje de paz de Mamá Ari, que he podido aprender y reflexionar más sobre mí misma.

Durante esos momentos de paz y silencio en el que solo se escuchaba la lluvia contra los tejados, es cuando más me he parado, he sentido mis respiraciones, el contacto e la ropa y de la brisa tan agradecida.

Me he dado cuenta que estas semanas viviendo en la incomodidad, a pesar de la suciedad y el cansancio, me han enseñado a apreciar las pequeñas cosas, los momentos de risas, el frescor de la lluvia, el sabor de la comida, y me han enseñado a vivir el presente y a aprovechar los días y los momentos, tanto buenos como malos. El «carpe diem» que tanto se menciona pero que tan poco se aplica.

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