Con las manos tendidas hacia ti
Elena de los Frailes Aramburu iba hace tres primaveras camino de la Iglesia ortodoxa del barrio, Pilot proyect, donde tiene con su hermana, Alicia, la ONG Denaderu, en Debre Zeyt. De repente observó a dos niñas, de dos y cinco años, que estaban solas y les preguntó por su madre. «Está en la iglesia», le dijo la mayor en amárico. Y allí estaba ella. Y Elena le preguntó. Y ella le contó. Que vivían fuera de la ciudad -de hecho Elena fue a visitar la casa, un chamizo en medio de la nada-. Que su marido la había abandonado. Que no podía llevar a las niñas al colegio. Que no trabajaba y por eso pedía.
Y Elena no lo dudó. Habló el caso con su hermana, y decidieron meterla en el programa de apadrinamiento de familias, donde dan ayuda económica mensual a 50 familias con 20 euros, que en este país suponen poder pagar algo más que el alquiler mensual de la casa. «Le dijimos que tenía que cambiar de barrio para que le cubriera la ayuda y las niñas pudieran ir a clase», relata Alicia.
«El primer día que escolarizamos a la mayor hubo una fiesta en la escuela, ella lloraba y bailaba, porque claro, ella conocía a niñas que sí que iban». El colegio era el Centro Salesiano Don Bosco, que da educación a 350 niños del barrio de esta ciudad cercana a la capital, conocida por sus siete lagos volcánicos, y que es donde Alicia y Elena, hace ocho años, iniciaron su proyecto de cooperación, que traducido al amárico significa «buenas noches, nos vemos mañana». Ahora, la madre a la que ayudaron tiene trabajo, enlaza ‘dayworks’ -trabajos solo por días- y ha podido crear un hogar.
Tras veranos enteros, visitas en época de vacaciones, programas de voluntariado donde vienen amigos y conocidos y una constante labor de búsqueda de donaciones, Denaderu da a 100 pequeños sin recursos del barrio desayunos todos los días en verano que de otra forma no podía tener -en inviernos aportan la fruta del desayuno-, además de los apadrinamientos de 50 familias locales que vivían situaciones dramáticas, porque aquí lo normal es vivir cinco personas de la familia en un cubículo donde por no tener, no tiene ni colchón.
Ayer, esta escuela de Don Bosco se convirtió en un verdadero hogar para el convoy, que acostumbrado últimamente a no permanecer más de un día en los sitios, pudo recuperar fuerzas, lavar ropa, ducharse -por fin tras 13 días-, aunque muchos expedicionarios querían ya tirar de seguido, y sobre todo disfrutar de los más pequeños durante todo el día. Primero ayudando a repartir el desayuno, y luego con numerosas actividades, juegos y bailes.
Los más pequeños te decían «coco» para que los llevaras en hombros, y cuando se acercaban con las manos tendidas hacia ti y los ojos brillando ya no te podías separar de ellos. «Los mayores no juegan con los niños aquí y que vengan los mayores es una gran alegría para ellos», razonaba Alicia durante una jornada muy especial para los expedicionarios, que jugaron competiciones de fútbol y baloncesto durante la tarde con los más mayores. Un día muy especial que vino a justificar de sobre las últimas jornadas maratonianas de bus y que sirve para coger aire antes de afrontar el último tramo del viaje.
SERAFÍN DE PIGAFETTA
Cronista oficial de España Rumbo al Sur