Madrid – San Pedro de Macorís
Una bofetada de calor húmedo recibe a los expedicionarios al salir del avión. Bienvenidos al Caribe, reza algún cartel del aeropuerto mientras algunos chavales comentan que ya han estado en Punta Cana o en la Romana y que las playas son espectaculares. Otros les dicen que no creen que vayamos a ir allí, que habrá mucho turista. Ninguno sabe qué les espera y eso dota al viaje de un halo de misterio que les anima a especular.
Nos dirigimos a San Pedro de Macorís, una zona de los llanos situado al este de Santo Domingo. Allí nos recibe la Fundación Nuestros Pequeños Hermanos y nos acoge en un complejo diseñado para albergar a casi 250 huérfanos internos. Tras montar el campamento, Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo, Director de la Expedición, explica que regresamos a América sin olvidar África, ya que esta parte del Caribe sirve de puente entre ambos continentes. La finalidad del viaje se cifra en que los expedicionarios descubran lugares, culturas, gentes y se impregnen de un mundo diferente.
Con “Nuestros Pequeños Hermanos” los jóvenes se integran en la comunidad y ayudan a sus miembros en lo que nos piden: Limpieza de malas hierbas del huerto; rebaja de un talud para hacerlo más accesible a los chicos con discapacidad, juegos conjuntos con los niños internos y bailes al son de bachata y merengue. Y poco a poco, las diferencias que los separan, los mundos alejados en los que se encuentran sus vidas se reducen hasta eliminarse y provoca que se conviertan en compañeros. Kieran Rigmey, Director Nacional de la fundación en la República Dominicana lo ha visto durante el día y les confiesa a los expedicionarios en la exposición del proyecto que, aunque se vayan, siempre los tendrán como hermanos mayores de los niños del orfanato y les deja la puerta abierta para volver.
El grupo que llegó en el primer vuelo a la República Dominicana, tuvo la oportunidad de visitar el Batey Olivares, un poblado de casas muy humildes fundado en 1920 que se dedican al corte y recolección de la caña de azúcar. Pronto niños descalzos comienzan a jugar con los expedicionarios, mientras Ramón, experto cortador de caña, explica el proceso de recolección y pesaje.
Los chavales aprovechan para aprender a cortar caña y a succionar el jugo dulce del tronco . Dimas, expedicionario del Puerto de Santa María que ha trabajado esta mañana sin descanso en las labores en el huerto de la fundación y que ondea una pequeña bandera de España cada vez que tiene ocasión, corta varias y se las mete en la mochila. “Para dárselas a los que llegan esta noche en el avión”, me dice mientras observo como limpia las cañas.
Muy rápidamente, el ritmo del viaje hace a los expedicionarios olvidarse del móvil, de instagram y de la tiranía de los likes, y se comienzan a convertir en viajeros que no hacen fotos sin parar con el móvil, sino que exprimen cada experiencia con una completa interacción con las personas, los paisajes y la historia. Comienzan a jugar, a conversar, a cantar y a compartir sus miedos, inquietudes y expectativas con los demás. Y muy rápidamente el grupo se cohesiona y el milagro de España Rumbo al Sur comienza a producirse, un año más. Y solo es el principio.
Esta mañana salimos hacia el norte, abandonamos Los Llanos, y nos dirigimos hacia la península de Samaná, para comenzar a rememorar las hazañas del Almirante Colón. Los autobuses parten al ritmo de un reguetón dominicano y los expedicionarios aprovechan para dormir y quizás para soñar con los que les espera. La aventura acaba de comenzar.
Alfredo Liñán
Crónica Oficial ERS 2022