Cuando el viaje te hace a ti
Decía el escritor, viajero y fotógrafo Nicolas Bouvier que «uno que cree que hace un viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace él». Mucho de eso hay en España Rumbo al sur. Los Aldaz aprendieron de su madre, Ana María Aldaz, la primera arqueóloga de España, y de su tío, el legendario periodista y aventurero Miguel De la Quadra-Salcedo, que el destino se puede variar, que lo importante es el viaje, la aventura, que la providencia a veces te ofrece oportunidades y esperanzas por las que merece la pena variar el rumbo y dejarse llevar. Porque el camino no está marcado, lo marcas tú. Y, a veces, muchas de hecho, en esta expedición que lleva ya 14 años es precisamente esa vereda indómita de lo mejor del viaje.
Por eso ayer, aprovechando una oportunidad, el convoy cambió el rumbo y en vez de volver hacia el sur desde Gondar, que era lo programado, tiró hacia el norte destino Lalibela, la ciudad sagrada para los coptos no sólo en Etiopía sino en todo el mundo.
Los paisajes deslumbraron a la expedición, con auténticos vergeles a los lados y casas circulares levantadas con barro y techos de madera, alejados de la chapa que se ve en otros puntos del país; morros de verde intenso de cientos de metros incrustados de repente, como si hubieran brotado de la nada impelidos por un imán en el cielo, como si fueran paisajes de la película ‘Avatar’, agricultores portando hierbas en la espalda, niños pequeños vigilando el ganado y locales jugando al bingo a las 9 de la mañana -Mar Aldaz de la Quadra Salcedo, la directora del equipo multimedia, por cierto, hizo bingo a la primera-. La verdadera Etiopía.
Fue un viaje largo y no exento de sobresaltos. En una de las paradas en un poblado, raramente transitado por turistas -ellos suelen volar a Labilela y no ir por las sinuosas carreteras, llenas de baches, a veces pistas forestales que nosotros cogimos-, en un descuido del conductor, que dejó su ventanilla abierta. un amigo del ajeno robó el móvil de un miembro del equipo audiovisual, el avezado fotoperiodista José Luis Cuesta. No nos dimos cuenta.
Al ser los últimos del convoy nos quedamos solos, mientras decenas de curiosos se arremolinaban alrededor. Tratamos de localizarlo con las aplicaciones de búsqueda, pero no nos funcionaban, así que nos adentramos en el poblado en búsqueda de la comisaría. Dos policías, vestidos con deportivas, buffs en el cuello, y con dos kalashnikov, se convirtieron en nuestros pasajeros en el cometido, pero, claro, vaya usted a saber dónde podría estar el móvil. Realizamos un nuevo intento de localizarlo, fuera del pueblo, donde empezábamos a llamar demasiada atención de los curiosos, y al final lo dimos por perdido, no sin antes ofrecer un rescate por él.
El camino a continuación, mientras el sol se dejaba caer hacia el horizonte, fue igual de fascinante. En una cantera, en otra de las paradas, los expedicionarios se deslizaron por la gravera en un momento de descompresión después de tanto viaje. En otro de los poblados, de agricultores, decenas de niños acudieron a ver el vuelo del dron, asustados al principio, curiosos después. Incluso las vacas se volvían para ver quién era ese ‘fajaro’ que hacía ese ruido. Al llegar a Lalibela, Telmo subió a uno de los autobuses para evitar que el maletaje chocará con el cartel de entrada de la escuela que nos acoge y los cables de electricidad, en otra maniobra de esas arriesgas. Dentro, sin luz, como tantas veces nos ocurre, por fallos en el suministro. Tras la cena y los talleres del emprendimiento, los expedicionarios tuvieron de nuevo sesión de cine, ‘El hombre que pudo reinar’. Ayer, recorriendo la Etiopía rural, la verdadera, nosotros también pudimos hacerlo, aunque fuera por un día.
SERAFÍN DE PIGAFETTA
Cronista oficial de España Rumbo al Sur