Una maravilla, muchos monos y un drama
Poner en marcha una expedición de 170 personas en hora y media es tan difícil como enhebrar un aguja subido a una noria, pero lo cierto es que los aventureros de este año han tomado rápido el pulso a las dinámicas y, si se levantaron a las 5.30 para limpiar las instalaciones de la Misión de Muka Turi, a las 6.58 horas el convoy estaba en marcha, moviéndose como una culebra por las agujereadas carreteras de Etiopía. Y qué carreteras.
Cuando uno llega al país y todo el mundo le recomienda que no conduzca por la noche reacciona de primeras con sorpresa, pero sólo hace falta recorrer un trayecto corto para entenderlo. Baches inesperados donde puede quedar clavado el coche casi sin darte cuenta, burros y vacas que se cruzan cuando menos te lo esperas, coches que vienen en sentido contrario que se meten en tu carril… Un carajal, vamos, lo que nos obliga a circular con mucha precaución y, por ende, más despacio.
El viaje, aun con paradas para que los expedicionarios probaran un poco de injera con los conductores del convoy, todos ellos etíopes, se hace largo, pero un poco antes de la mitad del trayecto, los expedicionarios vuelven a vivir la experiencia africana en su más amplio sentido.
Como cuando una docena de estudiantes diáconos de la Iglesia ortodoxa subieron a uno de los autobuses a deleitar a los jóvenes con sus cánticos. O cuando los monos babuinos se paraban frente a la expedición, a ambos lados de la carretera, en busca de comida. Ahí estaban, subidos a los postes de la carretera, viéndola pasar y provocando el alborozo de los expedicionarios. O cuando bajamos al verde valle del Rif por sinuosas carreteras hasta llegar al Nilo azul, ahora de un intenso color marrón claro por el efecto de las riadas.
La expedición cruzó el Nilo, que el pasado marzo era un fino hilo y hoy un torrente descomunal, por el puente construido por los japoneses hace menos de 20 años, muy cerca del antiguo, levantado en los años 30 por los italianos cuando, de la mano de Benito Mussolini, ocuparon el país, aunque nunca llegaron a colonizarlo del todo.
El viaje prosiguió cruzando enormes llanuras sembradas, con el arado tradicional tirado por bueyes, de color marrón oscuro casi negro, delimitadas por pequeños caminos hasta que a última hora de la tarde llegamos al Orfanato de las Carmelitas en Injibara cuando caía un diluvio que caló los huesos de toda la expedición. La emoción inundó la sala donde pequeños de entre tres y siete años desplegaron unos bailes tradicionales que provocaron un atronador aplauso entre los adolescentes, a los que las hermanas, María Luisa, Isabel Sevida y Lola, hispanoamericanas, agradecieron «de corazón» que acudieran a conocer la realidad del país.
La enriquecedora visita se ensombreció cuando se fue la luz y nuestros expertos, entre ellos el ingeniero Eduardo Martínez de Ubago comprobaron que por un fallo en la revisión del generador, que acababa de realizarse, el motor se había gripado. Las hermanas estaban desoladas ya que sólo tenía un año de vida, y habían estado ahorrando durante 8 años mientras atendían a cientos de huérfanos sin luz. Entre los miembros del equipo comenzó a despertarse la intención de realizar un crowdfunding para que adquieran otro.
Saliendo del poblado, con algún que otro percance, ya que las mochilas situadas en el techo del autobús hacían que este chocara con los cables de la luz, lo que obligó al equipo técnico a actuar, todavía quedaban dos horas y media de viaje hasta el Abay Mado Catholic Academy Jesuit de Bahir Dar, desde donde mañana afrontaremos la apasionante subida a las fuentes del Nilo azul.
SERAFÍN DE PIGAFETTA
Cronista oficial de España Rumbo al Sur