24 de julio de 2015
Sabemos de presencia de seres humanos allí desde hace al menos 8.000 años. Cobra importancia en el 25 a.C., para volverse romana a partir de la anexión del año 40. d.C. Se convierte en ciudad principal de la región. Templo, foro, comercios y baños, vías pavimentadas, y villas importantes con espléndidos mosaicos. Abandonada en el repliegue romano en 285, desde entonces y hasta la llegada del Islam en el siglo VII, siguió siendo en cierto modo romana; el latín su lengua y cristianas sus costumbres. Idris I, fundador de la nación marroquí, la convierte en capital del reino en 788 para en 808 trasladarla a Fez. Con el siglo XVIII llega su declive, saqueada y destruida por el terremoto de 1755. Hoy, Volubilis es el mayor conjunto de ruinas romanas de Marruecos.
Nuestra expedición llega de madrugada. Aún la encontramos iluminada por el festival de música bereber. Las ceremonias en lugares con una carga histórica que los hace eternos, me emocionan siempre de una manera especial. De entre los incontables momentos que estos viajes Rumbo al Sur me han regalado, y que me han hecho sentirme un privilegiado, mi primera visita a Volubilis, en el 2009, es sin duda uno muy principal. La misa que el Padre Juan, que tantas veces nos ha acompañado, dijo en el templo mientras la luz de la tarde terminaba de bañarlo, me pareció que de alguna manera me unía con hombres que vivieron hace más de dos mil años, y que, en este mismo sitio, mientras la tarde terminaba de bañarlos, hablaba con sus dioses.
Veo a alguno de los expedicionarios apoyado en una de las columnas que quedan en pie de una villa, mirando los magníficos mosaicos que aún se conservan, y me pregunto cuántas veces no se habrá apoyado el señor de la casa a ver a sus hijos jugar en ese mismo patio. Echar de menos un montón de cosas de las que sólo te separan una veintena de siglos te convierte en una especie de nostálgico Pirredento. Pero me parece, al verlos mirar e imaginarlos imaginar, que algunos de nuestros expedicionarios también lo son.
Fez. Ciudad Imperial. Capital cultural. Primera universidad del mundo. La Medina es una locura de gente y tenderetes. Pero llegamos el primer viernes después del Ramadán. Eso significa que la muchedumbre comprando y vendiendo desaparece, y la Medina se convierte en otra cosa. En una maravilla distinta, de luces y sombras callados. Desaparecidos los colores y el movimiento que te secuestran, empieza a aparecer una inscripción en una pared, un ritmo de cierres, celosías y toldos recogidos, texturas y sombras. Angostos pasajes de aire más frío, en los que entradas inesperadas de luz por minúsculos huecos que quisieron ser patios te obligan a levantar la mirada y descubrir el cielo entre ventanucos y muros imposibles. Puntales y apeos de madera dibujan motivos de La Alhambra cuando los abrasa el sol. La calle sustituye los cientos de comerciantes por la vida rutinaria de paso lento, que nuestros guías de paso nada lento atropellan, para poder enseñar a nuestros muchachos el mayor número posible de los miles de lugares dignos de ver que la historia agolpó en Fez. Aunque seguro que en sus cabezas queda pendiente venir con más calma, gracias a ello pueden visitar el barrio de los curtidores de una manera excepcional. Además de asomarse a algunos de los balcones que lo rodean, algo que desde luego merece la pena, tienen la oportunidad de bajar. Desde arriba, una composición increíble de geometría y color sobre la que unos hombres trabajan bajo el sol. Pintores que cada día cambian su cuadro para nosotros. Abajo, el proceso. Paseamos entre las cubas. Primer lavado. Aclarado en una enorme máquina de madera. Segundo lavado, a base de guano. Lavado en la máquina. Tercer lavado. En amoniaco hecho con restos de sémola de trigo. Máquina. Y, finalmente, el teñido y secado a la sombra. Merece la pena verlo.
Y ya, después de un día francamente completo, salimos hacia nuestra siguiente parada.
Tattiouine. Casa. Casi.
Jaime Martínez de Ubago.