28 de julio de 2015
Sombra de las caravanas
En la boca de las dunas del desierto, el calor quema el aire para que no lo puedas
respirar. Lo intentas, pero el aire se niega a entrar. No queda más remedio que buscar
un escondrijo en el que pasar cobardemente las horas más duras del día. A partir de
hoy vosotros, queridos expedicionarios, sí podéis decir que conocéis el calor de
verdad. Estamos a las puertas del erg Chebbi, el macizo de dunas más importante de
Marruecos. Son treinta kilómetros de largo y diez de ancho, con dunas de hasta 170 m
de altura.
Nuestro cobijo es el magnífico hotel Tombuctú, que nos acoge. Las horas van pasando
entre la piscina, un par de salas con aire acondicionado, agua fría y bebidas. Un lujo
que raramente tenemos en este viaje, y que agradecemos de verdad. También lo es
tener por fin un rato de tranquilidad, prisa mata, en el que conocer un poco más a los
nuevos de este año, que los expedicionarios se conozcan mejor… Estos ratos también
hacen falta.
Cuando por fin sólo el aire quema, y ya no tanto el sol, nos decidimos a asomarnos
desde nuestro escondite y llegar hasta donde nos esperan los camellos y los guías.
Bueno, en realidad, dromedarios y guías. Los expedicionarios se van subiendo poco a
poco y se inicia la caravana a través de las dunas.
Me gusta la sombra de la caravana. La experiencia es en todo caso muy buena, pero un
poco de imaginación y se vuelve magia. Miras la sombra de la caravana en la arena de
mil tonos de naranja, y desaparecen las mochilas modernas, desaparece el color
acrílico, la ropa actual… Sólo quedan las siluetas de los dromedarios engarzados en
una cadena, el apoyar rítmico y cansino de las pezuñas sobre la arena, y nuestras
propias siluetas intentando seguir el contoneo desgarbado que sobre la arena del
desierto, y sólo sobre la arena del desierto, se vuelve elegante y acompasado. Vas
cambiando la mirada. De la sombra al horizonte y sus luces de atardecer, de allí a
alguna caravana lejana recortada contra el cielo, de nuevo a las sombras. Y entonces sí.
Entonces sueñas. Entonces eres un nómada bereber camino de Tombuctú, que se
queda con la mirada atrapada en la caravana de las sombras, y no se da cuenta de que
se van diluyendo, hasta que la luna las vuelve de plata. Y son esas dunas de plata las
que nos llevan al oasis de libro de Tintín que se apoya en la falda de la imponente Gran
Duna.
Allí cenamos, y dormimos, qué increíble suerte, entre la arena y el viento cálido que
bate las crestas del desierto.
Jaime Martínez de Ubago.