Próxima estación, Marte
¿Qué les contaría Colón a fray Antonio de Marchena y sus frailes, expertos en astronomía y cosmografía, para convencerles de que le recomendaran a fray Hernando de Talavera, confesor de la Reina Isabel, principal patrocinadora del descubrimiento de América? Lástima que no puedan hablar los muros de La Rábida, monasterio visitado hoy por España Rumbo al Sur y escenario hace cinco siglos de la enigmática entrevista entre Colón y los franciscanos.
Otras paredes igualmente silenciosas son las de Museo Arqueológico de Huelva, también visitado por Rumbo al Sur. Las que sí hablan son sus vitrinas, repletas de pedazos para reconstruir la Historia, como piezas de un puzzle. Ninguno nos dice nada de la Atlántida, misteriosa civilización pérdida de la que no disponemos de evidencias, más allá de un texto de Platón. En él, el filósofo nos advierte de los peligros de las sociedades que, creyéndose perfectas, se ensoberbecen hasta su destrucción. A la Atlántida, según el griego, se la tragó el mar. ¿No será ese el destino de los pueblos que se empeñan en vivir por encima de sus posibilidades, como si los recursos fueran ilimitados? Ahí queda la pregunta. De cada uno depende que la respuesta no sea apocalíptica.
Para respuesta esperanzadora, la que dieron por la noche Raúl de Tapia y Manuela Salvador, en una charla a los expedicionarios que despertó su entusiasmo, tras una agotadora caminata de horas bajo el sol. ¿Se puede gestionar sosteniblemente la biodiversidad en escenarios de extracción como canteras y graveras? Sí, se puede.
Volviendo a la Atlántida, no hay rastros ni evidencias de su existencia, pero sí de la presencia en la zona de Tartesos, y de Roma, y de Al-Ándalus… y de Inglaterra. Es en Huelva donde, por primera vez en España, 22 caballeros se pusieron un pantalón y corrieron detrás una pelota. Eran los ingenieros de la Riotinto Company Limited. Además del fútbol, importaron el tenis, el golf y el billar. Y, por supuesto, explotaron las riquezas de las minas del río Tinto.
A mitad de un camino que corre paralelo con el río, el viajero encuentra una estación como de juguete, donde la réplica de un tren de época de los ingleses recorre un paisaje como de otro planeta. No es exageración. Ray Bradbury, autor de Crónicas Marcianas, se inspiró en el desierto de México para ambientar su libro. De haber visitado el río Tinto, sus relatos habrían cobrado mayor realismo. La zona es un pequeño laboratorio del planeta rojo en la tierra, por la peculiar consistencia de su suelo.
Próxima estación, Marte.
Gonzalo Altozano
Cronista Oficial ERS