Las cosas buenas que tiene la vida
No es buena idea escribir una crónica en el Coto de Doñana en mitad de la noche. La luz de la pantalla del portátil atrae a todos los mosquitos del parque natural. (Tampoco es que necesiten indicaciones lumínicas para acribillarte.) La pregunta es: ¿qué hacía la expedición allí a esas horas? Una breve parada en la larga marcha de punta a punta de la playa; en total, 35 kilómetros.
Pocas veces los expedicionarios volverán a disfrutar para sí de una porción de costa como esta, sin aglomeraciones de bañistas y horizontes de sombrillas. La sensación de semi exclusividad hizo que se extremaran las medidas de cuidado de la naturaleza, más de lo ya habitual, si cabe. El paso de España Rumbo al Sur quedó registrado en forma de pisadas sobre la arena. Ni un papel ni un plástico ni un desperdicio. Es testigo la pareja de jabalíes que, extrañada, nos miró avanzar, preguntándose de dónde habríamos salido.
Con la puesta de sol tras la línea azul anaranjada del horizonte, el padre Rolando celebró una misa, fórmula de palabras viejas tantas veces repetida que, en esta ocasión, y por la puesta en escena, adquirió un sentido único y especial.
Como único y especial fue el programa académico de la jornada, a cargo de Teresa, expedicionaria de sonrisa equivalente a más de mil palabras, que nos inició en el lenguaje de los sordomudos. La clase no finalizó hasta que el último del equipo no se aprendió, con signos, el estribillo de Madre Tierra, la canción de Chayanne.
Lo que nos recordó que a veces basta con abrir los ojos, mirar hacia arriba y disfrutar las cosas buenas que tiene la vida, aunque sea la lluvia despertándote en la cara tras una noche de dormir al raso.
Gonzalo Altozano
Crónista Oficial ERS 2020