Paréntesis.
En el ritmo frenético de la expedición, de repente surge una tregua, un momento de calma. La isla Graciosa detiene el tiempo y lo convierte en un curso académico propio. En un espacio compartido por unos pocos centenares de seres humanos, pescadores y turistas, todos –incluidos los jóvenes recién llegados- se deben adaptar a ritmos impuestos hace cientos de años: paseos tranquilos por el parque natural, observación de fauna y flora, baños en el mar. Y conversaciones en voz baja. Las mujeres esperan al atardecer para sentarse al amparo de los muros de la iglesia, a cubierto del viento, la actividad se acompasa a la luz solar.
Es el Sur, otra forma de entender la vida. Los chicos, por un momento, se sienten desorientados. ¿El baño en el mar es una actividad física o un juego relajado? ¿La observación de matorrales un trabajo equiparable al de cualquier otro momento exprimido al milímetro? Puede que no sean conscientes, pero las respuestas son positivas. La pausa es una experiencia tan potente –tan alejada de la rutina diaria- como el conjunto de shocks que acumulab día a día. Porque todo va tan rápido, en el viaje y en su mundo cambiante, que les mutila la capacidad de detenerse un momento, mirar atrás y observar los detalles más nimios.
La Graciosa, un paraíso árido y ventoso, parece un escenario de cine, con amplias calles arenosas, casas encaladas al borde del mar y aperos de pesca, en el que los turistas llegados en ferry pasean como extras de Hollywood. Pero la película no tiene tiros, ni gritos, ni dramas. El entorno es capaz de amansar a las fieras (incluidas la troupe de adolescentes vestidos con camisetas verdes) e imponerles una cura de tranquilidad.
Y los chicos descubren (aunque tal vez no lo sepan) que la vida demanda movimiento, ruido, pero también –de vez en cuando- silencio para poder escuchar los sonidos cercanos y los lejanos. Así, cuando los jóvenes hiperrevolucionados se frenan un momento, también son protagonistas de una experiencia novedosa y enriquecedora.
Aunque les parezca sorprendente.
Luis Pintor.
Día 8 (04/07/2016)
Ojalá pudiera llevarme estas vistas a casa. La playa y las montañas relativamente cerca en las cuales se ve la sombra de las nubes. El viento moviendo mi pelo y mis pies llenos de arena. Los barquitos meciéndose en el mar al lado de mis compañeros y yo, sonriendo.
Me encanta ver a la gente mientras hace cosas sin saber de mí atención. Escucho el sonido de las olas y me siento en paz. No hay problemas, no hay preocupaciones, sólo esto. Este momento, este paisaje.
Respiro hondo y pienso en casa, tan diferente y a la vez tan similar. La Graciosa es hermosa. Tiene ese aire “mágico” que hace que no podamos parar de mirarla y reflexionar y sentir. Me siento parte de la isla y supongo que eso es lo que me hace verme bien en mi interior.
Hoy soy parte de ella, mañana seré parte del mar y me hace darme cuenta de que soy el lugar donde me encuentro. Da igual si es en casa, Madrid, La Graciosa o Lanzarote. Hoy soy aire. Hoy soy libre.
P.D.: Mamá, papá, dos días antes pero ¡Feliz cumpleaños! os dejo esta reflexión de regalo de cumple ya que es lo único que os puedo transmitir. Estoy bien. Estoy feliz. Os quiero.
Livia Espinosa Doncel
Expedicionaria ERS
Es increíble comprender cuánto tenemos en nuestra conformista y rutinaria vida y lo poco que necesitamos en realidad. Aunque todos nos sabemos la teoría nunca está de más experimentarlo para poder recordarlo. Darse cuenta de que acciones que nosotros vemos tan simples como abrir un grifo y que salga agua potable o estar cansado y tener una mullida cama, son privilegios para muchos.
Creo que es esencial el compartir. No puedo ser feliz en un mundo en el que unos tienen tanto y otros tan poco. Todos deberíamos tener derecho a lo esencial para vivir y dejar de lado el consumismo de más.
Yo ya he tomado la decisión y quiero dejar de comprar, por muy útil, bonito o nuevo que me parezca. Al tener poco, o al menos al empatizar con el otro, llegas a la conclusión de que una camiseta, un móvil o un plato muy elaborado no valen realmente nada.
Lo material solo nos sacia un poco y durante un pequeño espacio de tiempo, una sed que esta sociedad ha inyectado en todos los que pertenecen a ella. Cuando la realidad es que lo que verdaderamente llena a uno es sentir el viento frío chocando contra él en la proa de un barco, caminar descalzo en la arena caliente, hacer torres de rocas buscando el equilibrio perfecto, admirar el vuelo juguetón de una gaviota, mirar a una persona profundamente a los ojos y sentir que has dicho más que en toda tu vida, abrazar a quien se ha convertido en alguien imprescindible en tu vida y correr con ella mientras el sol se pone entre las montañas volcánicas.
Alejandra López-Chicheri Yriarte
Expedicionaria ERS