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Crónicas día 9

•Pedro Cáceres. •Paula Pallarola. •Arrate López. •Sara Coronado.

Lanzarote, la agricultura del desierto y del talento

«Lanzarote es la historia de una tierra donde la gente se empeña en hacer lo que no es posible. La agricultura aquí es el éxito de quien persevera para obtener un fruto de una tierra donde apenas llueve», explica Ascensión Robayna una agricultora y economista que trabaja en la Sociedad Agraria de Transformación el Jable, al noroeste de la isla.

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Junto a ella, el centenar de jóvenes participantes de Rumbo al Sur miran la extensión de blancas arenas, con los acantilados de Famara y el mar al fondo, entre la que brotan, como un milagro extraño, verdes matas de calabazas, sandías, melones y boniatos. Es un espejismo. Pero es real. Nada hace pensar que en este desierto arenoso pueda prosperar la agricultura. Pero sí lo ha hecho. Y sin riego.

Durante siglos, los paisanos de Soo y los pueblos del alrededor sembraron cereal y otros alimentos en esta comarca del Jable. Exportaban alimentos a otras islas cercanas. «Lanzarote y Fuerteventura eran el granero de las Canarias», dice Gustavo Rodríguez Peño, compañero de Ascensión en el SAT de El Jable.

Era una vida dura. La baja producción o los años de sequía espoleaban la emigración a otros lugares. A pesar de ello, la población siguió habitando y sacando partido de estos paisajes lunares junto al mar.

Con la llegada del turismo y la modernización a la isla, todo cambió. Hubo otras fuentes de ingresos y trabajo. Se abrieron centros de ocio masivo en la costa. Y buena parte de estas tierras se abandonaron. Décadas después, otra generación de lanzaroteños, hijos y nietos de agricultores, están volviendo a la tierra, descubriendo que la innovación, la famosa I + D que tanto gusta ahora, ya estaba inventada en el pasado. Los métodos que usaban los paisanos de esta tierra son una demostración de talento y adaptación al medio.

«Parece imposible poder arrancar de este tierra un fruto, pero conocemos las técnicas de cultivo adaptadas a las especiales circunstancias del suelo, del clima, de la escasez del agua; son las técnicas de nuestros mayores», dice Ascensión Ruiz.

El jable es la palabra local para llamar a las arenas que arrastra el mar desde el fondo del oceáno. Fino polvo de material calcáreo, blanco, totalmente distinto a los suelos volcánicos de la isla sobre los que se asienta. Bajo las capas de de arenas arrastradas por los vientos yace una capa de arcilla impermeable. Es un terreno diseñado de forma natural para hacer cultivo hidropónico. La arcilla impide que el agua de lluvia se pierda en el subsuelo. Y por encima de ella la arena retiene la humedad, protege el interior de la insolación y desplaza por capilaridad el agua hasta las raíces de las plantas.

La lluvia apenas supera los 200 mm por metro cuadrado al año, un índice que, técnicamente, sitúa al territorio en la calificación geográfica de desierto. Pero a pesar de ello la producción de alimentos es posible. Unos 4.000 kilos de boniatos por hectárea, explica Gustavo Rodríguez. Buena parte va a otras islas. Y, sobre todo, contribuye a mantener unos paisajes que son tan Patrimonio de la Humanidad como el resto de la isla. Y en torno a los cuales ha convivido una fauna particular: hubaras y güirres, por ejemplo, la avutarda canaria y el alimoche, aves espectaculares que son capaces de atraer a birders de todo el mundo con el único objetivo de verlos.

«Lanzarote está clasificada como Reserva de la Biosfera por la Unesco. Y esa etiqueta le obliga más que a otros lugares a demostrar que la sostenibilidad es una realidad, no una mera palabra», explican los agricultores de El Jable.

Los jóvenes de Rumbo al Sur, curiosos, inquietos, despiertos, no paran de preguntar. Gustavo y Esperanza responden: Su idea es devolver personalidad y autenticidad al territorio. El paisaje de Lanzarote es un salvaje exhibicionismo de geología, pero también es la muestra de una secular relación del hombre con el paisaje que no debería perderse.

La isla ha luchado por mantenerse al margen del turismo masivo. Ha protegido el paisaje y la edificación tradicional. Ha mantenido las casas bajas, el encalado de los muros, el uso de la piedra local. Pero hablar de sostenibilidad en el siglo XXI es ir más allá de una estampa en cartón piedra de paisajes de postal. Es entender el metabolismo de la isla. De dónde sale el agua que se consume, la energía, los alimentos que se comen.

Lanzarote, como tantos sitios del mundo, vive en respiración asistida; depende de los recursos de otros. No tiene capacidad de carga por si misma para soportar la presión que tiene encima.

«El 99% de los alimentos que consumimos en la isla viene ahora de fuera. Recibimos dos millones de turistas al año», explica Ascensión, «y si no fuera por los barcos que traen los suministros no podríamos vivir». De hecho, explica Ascensión, apenas hay autonomía para 24 horas. Un día de retraso y los anaqueles de la isla se quedarían vacíos.

¿Por qué no mejorar esos números? ¿Por qué no recuperar los suelos agrícolas abandonados, producir alimentos ecológicos y de calidad, devolver la vida al paisaje y ofrecer al turista amante del medio ambiente que visita estas islas un producto y un relato reales sobre el lugar en el que se encuentran? Esas preguntas y esas respuestas saltan en la conversación entre los los chicos y chicas de Rumbo al Sur y los agricultores de El Jable.

Bajo el sol de Lanzarote, con el viento alisio trayendo nubes y frescor desde el Atlántico, y contemplando estos campos sorprendentes, resulta más fácil creer.

Pedro Cáceres
Cronista Oficial ERS

Nuevo día en España Rumbo al Sur. Estoy agotada, sucia y llena de moratones, pero estoy increíblemente feliz. He caminado alrededor de 20 km esta mañana. Nos hemos levantado a las 6.30 h como todos los días. Empiezo a acostumbrarme a los “¡Buenos días!” de Pablo Martos, que no son ni buenos, después de haber dormido 5 días o menos, ni días, ya que todavía ni siquiera ha amanecido.

Después de salir a correr hemos desayunado y más tarde, 40 chicos y chicas hemos ido a hacer la ruta de los gracioseros, montaña arriba. A mi madre me gustaría decirle que, por increíble que parezca, estoy bien, no he muerto y que sus “por si acasos” me están salvando la vida. Aquí aprendes a valorar las cosas realmente importantes , así como las pequeñas cosas.

Cuando son las 4 de la tarde, y estas levantada desde las 7 de la mañana, no te da por hacer ascos a la comida, ya sea un bocadillo de atún con pimiento o uno de chorizo. Te das cuenta de que cosas que antes nos resultaban básicas y accesibles con chascar los dedos, ahora no lo son tanto. La lavadora, el lavavajillas, incluso la propia ducha; se nos olvida que no están al alcance de todos.

Aquí no hay tiempo de pararse a pensar o echar de menos. Cada minuto está cubierto por una actividad distinta: charlas, visitas, talleres…

A mi padre se le saltarían las lágrimas de emoción si viese lo bien que me lavo la ropa. A mi hermana, me gustaría decirle que todo me recuerda a ella.

“Cambia tu mundo y el mundo cambiará”. Para mí, lo más importante que he aprendido es dar el 100% de mí en cada cosa que hago, a hacer las cosas con actitud y tratar de disfrutar al máximo. Todo esto se lo debo a la gente de aquí. Cada persona es distinta y, sin lugar a dudas, especial. Aquí los prejuicios no existen. Es impactante coincidir con tanta gente con las mismas ilusiones que tú. Con tantas cosas en común.

Acabo otro día como rumbera, los días pasan volando. Hoy cerraré los ojos y cuando despierte estaré en casa, pero mi último pensamiento se lo dedico a mi amiga Paula que hoy ha sido su cumpleaños y espero que haya tenido un gran día porque la quiero más que a nada.

Paula Pallarola
Expedicionaria ERS

Nos hemos despertado como siempre, antes que el Sol. Con los ojos muy cerrados y la mente muy abierta, hemos salido a correr mientras el cielo se teñía de naranja.

Deporte mañanero, subir montañas, dormir en medio del desierto, caminar por pueblitos de ensueño… Todo esto es maravilloso, pero no es lo que me voy a llevar. En mi ya repleta mochila, voy a meter lo que ocurre entre medias; las historias, personas, momentos, risas… que vivimos entre isla e isla con el mar como confidente.

Podría hablaros de los cantos a pleno pulmón, de las bromas con los compañeros y de las charlas que nos deslumbran. Podría comentar que dormir con las estrellas como colcha debería ser lo normal o de cómo viviendo sucios como mendigos relucimos más que nunca. También podría mencionar todos los sobrecogedores lugares que hemos visto o los compañeros, que sonará a tópico, pero que aquí son como tu familia. España Rumbo al Sur tiene todo eso. Sin embargo, hay algo más, algo especial. Físicos, emprendedores, periodistas, aventureros…. Personas que nos tratan como si fuéramos importantes, como si el cambio, el éxito o hasta el propio mundo estuviera a nuestro alcance.

Ver como alguien experto en su materia debate con un adolescente del mismo modo que lo haría con un doctor, ver como te valoran, ver como no eres una simple niña con demasiadas cosas metidas en la cabeza pero sin ninguna idea. Ver todo eso me ha demostrado que tenemos un rumbo. No sé si será hacia el sur o hacia el norte, pero es el nuestro y es increíble.

 

Arrate López
Expedicionaria ERS

El viaje ha cambiado de rumbo. Lejos de los campos militares, llegamos a una isla cerca de Lanzarote llamada la Graciosa. Los paisajes montañosos, los acantilados, las aguas cristalinas en medio de la naturaleza y un pequeño pueblo humilde de casas blancas, bajas y con un encanto fuera de lo normal, nos ha hecho la mejor de las compañías.

Tengo en la retina una colección de paisajes que dibujan perfiles montañosos, volcánicos y desérticos de tonos rojos, ocres, marrones y pequeños contrastes de verdes muy verdes que puedo volver a ver y a sentir que cada vez que cierro los ojos. He vuelto a ver cielos estrellados y barcos y bancos de peces de los que nunca antes había podido disfrutar.

Nos encontramos en el ecuador del viaje y a pocos kilómetros del ecuador de la tierra, y ahora me doy cuenta, cada vez más de la increíble suerte que tengo. ¿Por qué puedo estar aquí? Me pregunto que es aquello tan grande que ha unido a toda esta gente, a todos y cada uno de los monitores, al personal de cocina, al equipo de comunicación… Que sin ganar un céntimo se deciden a emplear sus vacaciones ayudándonos y sufriendo todo el frío, el calor, el hambre, las noches al raso con lluvia y viento, el polvo… Me pregunto que puede ser tan grande y tan auténtico que hace que todos nos hallemos juntos aquí, haciendo posible este viaje.

Sin duda alguna, lo tenemos todo para poder ser todo lo felices que queramos y más. Cada día conozco a alguien nuevo y no hace falta más de 4 minutos para quedarme embobada escuchando las vidas y motivaciones de otros rumberos que como yo han decido venir aquí. Estoy rodeada de gente con muchísimas ganas de ayudar, de gente sin miedo, de gente muy lista, concienciada, de gente con vidas e historias increíbles que contar.

Aún recuerdo cuando a principios del viaje aparecía alguien a quién no conocía de nada en algún momento duro y sin pedirlo ni esperarlo te ofrecían una chocolatina, cuando no te quedaban más fuerzas; una caricia cuando echas de menos a amigos y familiares; una mano que te ayuda a colocarte la mochila mejor y que te hace el viaje completamente distinto; o un masaje capaz de cambiarte el humor para todo el día.

Ahora, empiezo a sentir como que no tengo ni idea de quien soy, ni de lo que quiero, ni siquiera sé hacia donde quiero ir o llegar. Tengo más dudas de las que he tenido nunca. Sin embargo, es esta incertidumbre la que me provoca un estado cercano a la tranquilidad que roza la felicidad. Tengo más ganas que nunca de seguir hacia delante, de descubrir y aprender. Por el momento toca seguir rumbo hacia el sur.

 

Mamá, no te preocupes por mí que estoy mucho mejor de lo que crees. Un abrazo y hasta pronto.

 

 

Sara Coronado Torrente
Expedicionaria ERS

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