No escribiré sobre el quehacer de nuestro día a día. Sino sobre el cómo nos enseñamos entre todos, cada instante, a ser una familia.
Se empezó por no conocernos, por ser cuerpos diferentes, extraños. Por descubrir cosas en nosotros que ni por asomo imaginaríamos. Tanto chavales como monitores nos embarcamos en un viaje en el que se nos permite vivir y disfrutar del ahora, ya que el después no lo sabemos, sólo dejamos que venga. Y así intentaré vivir yo a partir de ahora.
Aquí no nos queda otra que fluir siempre entre sus luces o tormentas; y además lo duro se vuelve llevadero. Caminatas interminables de días enteros, expuestos a un calor que no se queda corto; esfuerzos que en un principio pensábamos que nadie soportaríamos. Pero se consigue siempre, porque de repente, miras de frente. Vistas que nunca has visto, personas a tu ritmo que nunca te imaginabas que tuvieran el mismo. Que si te caes, nunca acabas sintiéndote del todo herido, porque en cuestión de segundos tienes manos, incluso aún desconocidas, agarrando la tuya y echándote el agua menos caliente que tengan por el rostro para alejarte del cansancio y del bochorno.
Esto si es un camino de rosas. Muchas muchas rosas. Pero amigos, recordar que las rosas tienen sus espinas. Unas más gordas y otras son sólo astillas. Y yo, no caminaría sola por este camino porque me pincharía.
Pero con todos vosotros me da igual tener un par de heridas, o tres o cuatro. Porque me hacéis ver que al fin y al cabo, son de bellas rosas ¿Y qué hay más bonito que una rosa?
Visitar poblados bereberes, sentirte uno de ellos. No tener el mismo idioma, pero sin embargo, acabas teniendo una comunicación grandiosa. Peinar a las niñitas, jugar al fútbol con esos principitos marroquíes, bailar al son de sus tambores y empezar a sentir por primera vez que tu corazón, ha encontrado un nuevo ritmo.
Dormimos entre piedras, nos levantamos y aún no ha amanecido. Piensas: “buf, qué poco he dormido”. Te pones a correr, a estirar, a hacer físico con Sargento Pablo. No puedes más (o eso crees), hasta que miras al cielo y estás viendo amanecer mientras re-amaneces tú también.
Sonríes. Te llenas. Ya estás entre familia rumbera.
Vimos al sol jugar al escondite entre las dunas del Sáhara, descubrimos magia entre la arena y respuestas al dormir mirando las estrellas.
Telmo, con sus gafas de hippie y pocas palabras, te mete en el camino indefinido de disfrutar bien de la vida, cual ruta en quad por el desierto como buenos días.
Mar, sus bromazas y su música pachanga, saca risas y bailoteos necesarios por sorpresa. No cambies nunca.
Néstor, el rebelde que fotografía las flores sin que te dejen. Te he conocido bien en esta fase y no me imaginaba que fueras tan grande y que me riera tanto contigo.
Jorge y Diego, sois unas máquinas grabando y hacéis pura magia con el objetivo.
Mr. Cuesta, un hombre de admirar, mucho más cercano a nosotros de lo que pareces.
A todo el equipo de monitores, que sois muchos, en especial a Belén, Nachetes, angelillo y Aitor, nunca dejéis de enviarme, estéis donde estéis, esas ganas de reir, bromas y charlas que me dais.
Sargento Pablo, qué decirte. Gracias por mazarme, por ayudarme a autosuperarme con tus flexiones madrugueras. Nos das la imagen de eso: de sargento. Pero en realidad luego eres un cachondo.
Al equipo médico, le agradezco su cura en mi momento débil.
Malamine, el hombre que le ha dado una magia espectacular a este viaje y a mi perspectiva de vida.
Cocina y material, un curro admirable que sin vosotros, esto no sería posible.
Isa. Menos mal que, aunque haya sido al final, has venido. Se echaba de menos tu dulzura.
Por último, a mis pequeños expedicionarios. Gracias por acercaros a mi y hacerme sentir acompañada y demostrar que sois los mejores hermanos rumberos del mundo.
GRACIAS ERS, por los días más diferentes, especiales y únicos de mi vida.
Si tienes un por qué, puedes vivir el cómo.
Leila Iglesias