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Crónicas expedicionarios, Desierto de Merzouga.

Al grito de: ‘¡levantaros para ver esto!’, me despierto rodeado de la arena anaranjada de este increíble lugar, tras unas exageradas dos horas de sueño.

Aún dormido, empiezo a subir por una duna para, al hacer cumbres, toparme con uno de los paisajes más hermosos que he visto. El despertar del sol, escalando por las montañas arenosas de este desierto.

Y yo, completamente atónito, observando la imagen con mis propios ojos, dándome cuenta de lo enano que soy respecto a todo esto.

Y si ya no es suficiente para enamorarse de este sitio, de este cielo estrellado, de esta fina arena, de esta armonía; tenemos también la enorme fortuna de contemplar el atardecer desde los camellos de una joroba, que resultaron ser dromedarios.

 

Caminando por el imponente paisaje hasta llegar a un oasis, donde ahora estoy escribiendo esta crónica al ritmo de los tambores, con la mirada dirigida al norte.

Bruno Ferreiro

Otro día comienza para los rumberos. Dudan si será lunes, martes o miércoles. Esto les preocupa, es muy buena señal.

El sol está a punto de salir y nadie quiere perderse un amanecer único en su vida. Magnífico humor en el ambiente, la arena ha sido muy buen colchón.

Todo el mundo ha hecho su próxima foto de perfil y se ha relajado con ricos baños en la piscina. Este oasis de relax ha devuelto toda la energía que se había escapado por las enfermedades, el suelo, la suciedad…

El buen rayo sigue presente, Telmo invita a una ronda mientras ven ‘La buena mentira’, la cual cambió el agua de la piscina por los de las lágrimas.

Para terminar el día, otra marcha por el desierto en dromedarios para dormir en un oasis. El uso de este transporte inusual, provoca una gran excitación. El entusiasmo de los expedicionarios por saber cómo se orientan los guías bereber lleva a esta respuesta: ‘Nos guiamos por el GPS bereber. El GPS de las estrellas’.

Eduardo Arias

 

El amanecer africano

nos da la bienvenida

al inmenso desierto.

La cálida brisa

peina las calvas dunas

mientras despertamos.

Solo tenemos una cosa en mente.

Sentir un poco del frescor

atípico de Marruecos.

Abandonamos el árido lugar

para adentrarnos en un paisaje

que nos hace estar más despiertos.

Llegamos a un paraíso,

una ventana

a nuestra zona de confort.

‘La buena mentira’ nos hace reflexionar

y nos causa tener los ojos

más mojados que el bañador.

Una pequeña comida nos aguarda,

el sonido de los camellos

hace gracia incluso a Filiberto.

Tras repostar en el oasis, acampamos,

y la tormenta de arena

casi hace que volemos.

Manuel Bernádez y Juan de Arístegui

 

Se estira un amanecer dorado.

A racimos, cae la luna del Mahgreb

desvistiendo de azul el cielo.

 

Mamá Áfrika enciende su llamada.

Los párpados se elevan.

Los ojos brillan.

 

Áfrika recién nacida

descubre su torso pajizo.

Galopan sus manos

la piel de los tambores.

Áfrika respira, contemplativa, danza.

 

Con boca de mujer

sume al horizonte

en un complejo lenguaje de montañas.

 

Sol padre gobierna tu cresta,

el indómito desierto,

navegan tus crines los mares de dunas.

Llueves, torrencial, sobre el rico continente.

 

Áfrika.

Hoy, se disfraza de arena la llanura,

extensa ciudad de océanos secos,

sinuosas curvas.

 

Como gaviotas de polvo

ondean las dunas a nuestro paso

huellas caducas del viento verdugo.

 

Acaba la arena líquida

donde comienza la punta de nuestros dedos,

al filo de nuestros pies

empieza el agua.

 

Con una sola piel, una mirada clara,

trazamos el final del desierto, los rumberos,

Sáhara.

A pedazos muere el día,

entra franjas continuas.

Prende fresca la noche,

eterna nocturnidad poblada de siluetas.

 

Camello y humano, marchan infranqueables,

a leves susurros,

atacando la lejanía,

sondeando el camino inexistente.

Arribando a la última frontera,

el Oasis.

 

De nuevo suenan los tambores.

Recorren las dunas los ecos lejanos.

Encendidos, relampaguean los corazones rumberos

en su roja marea de sangre explosiva.

 

Enfermos de música, enajenados, abstractos.

Envueltos por un íntimo rito

de sombras alargadas.

 

Una manada de gargantas abiertas

fragmenta el ópalo silencio bereber

aullando a la luna blanca.

 

El ritmo domina las manos.

Las lenguas lanzan afiladas gritos al cielo,

 

Bebamos Mahgrab a grandes sorbos.

Galopamos a cientos la piel de los tambores.

Redoblamos incesantes golpes de arena

en cuerpos de alcornoque.

 

Arrecia la tormenta de ritmos

impacta efervescente, cesa, calla.

 

Ahora nos cruza un sueño transversal,

cae a racimos la noche.

 

Áfrika duerme.

Saúl  Flores

 

Todos juntos, unos pocos en camello, guiados únicamente por la luz de la luna, emprendimos en camino para descubrir el desierto del Sáhara. Tras recorrer una mínima parte del desierto, se presentó ante nuestros ojos, un pequeño oasis de palmeras, donde cenamos y disfrutamos de una pequeña velada musical, en el interior de las haimas bereberes.

 

Una vez bien alimentados, nos guiamos a través de la oscuridad, disfrutando del silencio de tal inmensidad, para llegar a una olla, situada entre dunas, donde pasaríamos una tranquila noche, o eso imaginábamos…

Una vez separados chicos y chicas, y mirando las estrellas, conseguimos adentrarnos en nuestros propios pensamientos en los cuales tenían gran cavidad aquellas personas, que hacía ya unos días que no veíamos. Y de esta manera, nos pudimos dormir tranquilamente.

Y como las grandes sorpresas, sin preverlo, se presentó una tormenta de arena, que a todos despertó. En ese mismo instante, nos vimos obligados a taparnos la cabeza con lo primero que encontramos, e intentas sujetar todo nuestro material.

Al pasar el remolino, amanecimos cubiertos por una leve capa de arena y así pudimos dormirnos de nuevo. A las seis de la mañana, un anaranjado sol nos despertó de nuestros profundos sueños y dio pie a que viésemos el maravilloso paisaje que nos envolvía y empezamos a recoger de manera rápida, el campamento que habíamos levantado.

La vuelta fue en camello, y llegamos al fin a un hotel, donde teníamos a nuestra maravillosa cocinera, preparando el ansiado desayuno. Después retomamos en viaje, destino Merzouga, un pequeño pueblo pegado al desierto. Llegamos a estar a 54º.

Tras esta breve visita, fuimos al sitio donde pasaríamos la noche, un punto de la carretera interminable. A las tres de la mañana nos dormimos.

Este es el resumen de un día en el continente africano, continente que nos hace conocer, abrir la mente y sobre todo valorar, simples cosas como el agua.

Esperamos disfrutar de todo lo que nos depara este maravilloso viaje.

Pablo Hernández y Guillermo González

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