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Crónicas expedicionarios día 25. Campamento de Tattiouine. Trabajos para la aldea.

Día 5

Nos hemos levantado con el sol más alto de lo normal. Después de la acumulación de sueño de los primeros días han decidido que nos merecíamos un pequeño descanso. Tras la hora de ejercicios hemos tenido oportunidad de darnos un fresco y reparador baño en el río. Vale, puede que se te cortara un poco la respiración al entrar en el agua. Finalmente, hemos tomamos un buen desayuno donde esta vez destacaba la mermelada en las tostadas.

La actividad de la mañana, personalmente, ha sido la mejor hasta ahora. Nos acercamos a un poblado bereber donde por grupos ayudamos en distintas tareas: pintar, en las guarderías, etc. Por último también tuvimos oportunidad de participar en las cosas cotidianas de la gente local.

Hacia mediodía volvimos al campamento para comer y, más tarde, empezar con los talleres de la tarde.

En mi caso, hemos empezado con Paula por tratar de dibujar a un compañero pero con características de la vida cotidiana de aquí. Después pasamos con Cristina a tratar de hacer la torre más alta posible a base de espaguetis. Por último, en el puesto de cooperación de Bea y Lucía, hemos tratado de representar la carencia de uno de los derechos humanos en muchos lugares, la alimentación.

Para finalizar, Malamine nos ha dado una conferencia sobre las literaturas africanas y, tras una cena caliente hemos estado cantando y bailando con los bereberes. Ha sido un día agotador, pero ya estoy deseando que llegue el siguiente.

Lucia Massó

 

Probablemente sea una de las experiencias más bonitas del mundo; levantarte a la salida del sol, con la satisfacción de haber completado la caminata del día anterior, desde una haima bereber y con unas vistas al Atlas marroquí. Cualquier persona que pueda disfrutarlo se debería sentir agradecida. Por eso yo lo hago.

El día sigue con el entrenamiento que Pablo nos proporciona, que hace que te superes a ti mismo llegando, por lo menos en mi caso, a metas físicas que no creerías capaces de alcanzar.

Pero sin duda, mi momento favorito es el río, algo tan simple como un baño, se puede transformar en una de las mayores satisfacciones y pasar de un simple ocio a una necesidad.

Tras un corto rato de bus, acabamos llegando al Monasterio de Notre Dame. Monasterio  de curas cristianos y católicos en Midelt, donde José Luis nos dio una charla en la cual me quedé con la idea, que no importa en qué religión creas. Todos tenemos un mismo dios representado de forma diferente.

Celia Sevillano

Hola familias:

Creo que hoy voy a ser incapaz de contaros todo lo que hemos vivido durante el día.

Para empezar bien, hemos tenido ducha congelada en el río, después del deporte, en el que Pablo no paraba de reírse de la situación que estaba viendo. Luego, aunque pareciese mentira, nos han dejado tiempo libre, así que decidimos subir a conocer a las personas que nos estaban acogiendo. Al lado de nuestras haimas teníamos dos familias que nos invitaron a entrar en su casa, la hospitalidad de todos era enorme y nosotros solo pudimos devolver el favor jugando con los niños.

Teniamos 200 manos para ayudar en todo lo que pudiésemos así que los monitores decidieron acercarnos al poblado. Las tareas eran infinitas: Pintar ventanas, puertas, arreglar la guardería tuberías y hasta el campo de fútbol. Aunque al final, como no, acabamos todos con niños subidos a caballito corriendo por todos lados. Realmente, no se puede describir lo bien que lo pasamos bailando y cantando con las personas que se portaron como nuestra familia.

Para la tarde, los monitores nos tenían preparados talleres de grupo. Anuncios, raps y hasta musicales para defender los derechos humanos. Retratamos a nuestros  compañeros con rasgos bereberes. Para acabar montamos torres de espaguetis. Las risas no paraban y fue un momento perfecto para seguir conociendo al grupo.

Malamine nos enseño más desde su primera persona sobre la literatura africana. Para terminar el día. Los bereberes, para agradecernos el trabajo de por la mañana, vinieron con sus tambores a celebrar la fiesta típica bereber. La verdad es que los mejores días son los que estamos en completa cantando con estas culturas que nos rodean.

Marta Igea

 Siete y media en pie. La verdad que es un lujo saber que tenemos tiempo para dormir. La siguiente buena noticia fue que no hacía falta ponerse ropa de deporte, pues Pablo solo haría ejercicios de estiramiento.

El día no podía ir a mejor. Entonces nos anunciaron que tras el desayuno, podríamos ducharnos. María Márquez y yo, nos fuimos a visitar a los médicos para solucionar algunos problemas gastrointestinales. Al acabar, cogimos nuestros potos y nos adentramos en la fría agua del río. La verdad es que no importaba meterse, ya que estaba limpia y potable, ideal para el momento.

Metí mis pies en la orilla y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Notaba como dejaba de sentir el empeine y progresivamente todo el pie. A continuación, me enjaboné el pelo tras varios días de mal olor. Fue uno de los mejores sentimientos del día. Después, con ayuda del cazo, nos lo enjuagamos en abundancia, hasta que un monitor nos echó de río.

Nos vestimos y nos comunicaron que iríamos a visitar un pequeño poblado, cerca de nuestro campamento.

Diez minutos a pie y llegamos. Todos nos recibieron con una sonrisa, entonces me dí cuenta de algo bastante curioso. Ellos apenas tenían para sobrevivir y los recursos de los que gozaban eran bastante escasos. Sin embargo, a pesar de ello, insistían en ofrecernos bebidas. También debo destacar la hospitalidad de este poblado bereber, pues no recibieron dentro de sus casas, siendo nosotros unos desconocidos para ellos.

Dentro del poblado, ejercimos de voluntarios pintando rejas en la guardería y en cualquier otro oficio que nos ofrecieron.

Más tarde llegamos a las haimas y comimos, aunque previamente nos dieron un manguerazo los bomberos y nos dejó muy a gusto.

Tras recoger la comida y lavarnos los dientes en el fabuloso río, tocó tiempo libre (algo cómico en ERS). La verdad que no sabíamos bien qué hacer, pues estamos acostumbrados a ser mandados y a estar constantemente haciendo cosas. Yo decidí recoger mi mochila y organizar mis pertenencias, ya que si no, seguramente habría perdido todo mi macuto.

Se hicieron las cinco y tocó talleres, que constaban en la realización de un dibujo de un compañero al estilo bereber. La cohesión del grupo, mediante la creación de una torre de espaguetis y la representación de un derecho humano.

En general, fue un día bastante tranquilo, pero muy compensador. Siempre está bien tener momentos como estos.

Patricia Loria

El reloj marca en mi muñeca las seis de la mañana y ya a lo lejos comienza la voz de Pablo a despertar los sacos que a mi alrededor se encuentran. Abro un ojo y sintiendo dolor en mi espalda, recuerdo los momentos que viví ayer en la marcha. Me levanto y observo a mi alrededor las caras de los demás rumberos, algunas más cansadas que otras, pero todas con cierto brillo en los ojos reflejo de la expectación que el día trae consigo.

Mientras todos se encaminan a hacer deporte, yo me dirijo a la improvisada cocina a preparar, junto con algunos más, el desayuno que comeremos más tarde.

Una vez nos bañamos en el río, desayunamos y preparamos el macuto, nos dirigimos al camino para emprender el viaje de vuelta a los autobuses. Eso quiere decir que tenemos que abandonar el que ha sido nuestro hogar durante tres días. Por una parte, siento entusiasmo porque algo nuevo nos espera, y por otro lado, siento cierta tristeza, ya que por todos los lugares por los que pasamos, algo de nosotros se va quedando allí.

Antes de ponernos rumbo al desierto, hacemos una parada en el Monasterio de Notre Dame, donde el Hermano Jose Luis nos acogió y nos contó su experiencia y vida allí. Más tarde comemos, descansamos un poco, y ahora sí que sí, nos ponemos rumbo a las dunas de Merzouga, y aunque el viaje es largo, las ganas de llegar, lo hacen más ameno.

Y así se cumple, unas cuantas horas más tarde nos adentramos en las dunas, en busca de lo que será nuestro hogar esta noche.

Cinco menos cuarto de la mañana, hora de tumbarse sobre los sacos y empezar a dormir un manto de estrellas. Y así van pasando los minutos, cada vez quedan menos luces encendidas ahí fuera, entre ellas la mía, que se apaga con la felicidad e intriga por saber qué nos espera ahí afuera. Cuando el sol se asome entre estas dunas que nos rodea.

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